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jueves, 11 de septiembre de 2014

Rafael Casanova, un patriota español


   Hoy es 11 de septiembre y como cada año por estas fechas veremos a los nacionalistas catalanes más paletos depositar flores en la estatua de Rafael Casanova en Barcelona, y es que para ellos se trata de uno de los padres de la patria catalana. Como vamos a ver, estos indigentes mentales realmente están haciéndole un homenaje a un patriota español... y esto es algo que sabe cualquiera que haya indagado en la vida de este personaje. Pero ya conocemos la tendencia de los nacionalistas de tergiversar la historia a su antojo para hacerla encajar en su proceso de construcción nacional: difícilmente se le puede robar el futuro a un pueblo sin antes robarle su pasado.

   Un Imperio en crisis y varios candidatos. Corría el año 1698 cuando el último rey español de los Habsburgos, Carlos II el Hechizado, estaba a punto de fallecer sin descendencia. Esto iniciaría una crisis dinástica en la que incluso participarían otras potencias europeas ansiosas de que las posesiones españolas, por aquel entonces todavía el imperio más grande aunque en decadencia, quedasen en posesión de sus respectivas familias. Los principales candidatos a la sucesión eran el archiduque Carlos de Austria, hijo de Leopoldo I, y Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV, ambos eran sobrinos del rey español.

   Es en este año citado cuando se firma en La Haya, sin contar con el rey español, un pacto de repartición del Imperio español entre Francia, Holanda e Inglaterra. Carlos II, ofendido por esto, firmaría un testamento en el que designaba como heredero a José Fernando de Baviera, nieto de Leopoldo I y sobrino-nieto suyo. José Fernando moriría al siguiente año volviendo a dejar abierta de nuevo la cuestión sucesoria. El enfermo Carlos II moriría el 1 de noviembre de 1700 a los 39 años, pero poco antes de morir había designado como heredero "de toda nuestra monarquía y ninguna parte exceptuada" al nieto del rey francés, suponiendo esto la ruptura del pacto que este había firmado pocos años antes. Era el objetivo del testamento: evitar la división del imperio español nombrando un solo heredero.

   En abril de 1701 Felipe V hace su entrada oficial en Madrid, pero en septiembre había estallado la guerra: Alemania, Inglaterra, Portugal y Holanda habían firmado la Gran Alianza contra Francia, apoyando al archiduque Carlos como pretendiente a la corona española a cambio de distintos territorios, lo que desencadenaría una guerra cuyas batallas se librarían no sólo en España, sino en Francia, Alemania e Italia. Así, tras proclamarse rey de España como Carlos III, el archiduque desembarca en Lisboa.

   Dos reyes para un país: una guerra civil. Esta situación pone a los españoles en un brete, dividiéndose entre el bando Austracista y el Borbónico. En 1705 en algunas comarcas de Cataluña y Aragón comienzan a tomar fuerza los partidarios del archiduque a causa sobre todo del rencor antifrancés de los catalanes: éstos sentían mayor apego por una Castilla habsbúrgica y tradicional que por una Francia ilustrada y centralista a la que miraban como su enemigo natural. Así, en este mismo año las autoridades catalanas firman en Génova una alianza con Inglaterra y contra el juramento que habían prestado al llegar Felipe V a España. El 9 de octubre los austracistas toman Barcelona y proclaman rey de España al Archiduque, que entra triunfal en Barcelona.

   Los años que siguen son de derrotas de las armas francesas en Flandes e Italia, mientras en España el ejército austracista avanza hasta el punto de hacer huir de Madrid a la corte de Felipe V. Pero tras varias batallas, como la trascendental de Almansa, la guerra se iría inclinando a favor del bando borbónico. La mayor parte del pueblo español -tanto en Castilla, como Aragón, Valencia o parte de Cataluña- simpatizaba con Felipe V al ser el candidato designado por el rey anterior y ser defendido por ejércitos católicos, mientras que el archiduque contaba con el apoyo de protestantes, lo que levantaba recelos.

   Las victorias borbónicas hacia 1710 habían reducido el territorio controlado por los austracistas a algunas zonas de Cataluña. Además, la muerte del emperador convierte en su sucesor al pretendido Carlos III, que debe hacerse cargo de su otra herencia. Así, en 1711 el archiduque abandona Barcelona dejando a su mujer, Isabel de Brunswick, como regente y los antiguos aliados de Austria, Inglaterra y Holanda comienzan las negociaciones de paz con Francia que culminarían en 1713 con el infame Tratado de Utrecht. Tres meses antes, también había avandonado la ciudad la emperatriz Isabel.

   Catalanes contra catalanes, todos por España. Dejados los barceloneses a su suerte, las autoridades deciden, sin embargo, resistir hasta el final. Rafael Casanova es designado como Conseller en Cap y el mando militar recae en Antonio de Villarroel. Tras casi un año de resistencia en solitario frente al asedio por mar y tierra, los barceloneses capitularon tras el sangriento último asalto del 11 de septiembre de 1714, en el que todo sea dicho también participaron miles de catalanes borbónicos.

   Casanova, Villaroel y los demás responsables del gobierno de la ciudad promulgaron un bando para convocar a los barceloneses a una última defensa, del que reproducimos el fragmento más relevante traducido al castellano:

   "Se hace también saber, que siendo la esclavitud cierta y forzosa, en obligación de sus cargos, explican, declaran y protestan a los presentes, y dan testimonio a los venideros, de que han ejecutado las últimas exhortaciones y esfuerzos, protestando de todos los males, ruinas y desolaciones que sobrevengan a nuestra común y afligida Patria, y exterminio todos los honores y privilegios, quedando esclavos con los demás españoles engañados y todos en esclavitud del dominio francés; pero se confía, que todos como verdaderos hijos de la Patria, amantes de la Libertad, acudirán a los lugares señalados a fin de derramar gloriosamente su sangre y vida por su Rey, por su honor, por la Patria y por la libertad de toda España".

   Al contario de lo que se suele creer, Casanova sobrevivió al 11 de septiembre: luchó al frente de los defensores enarbolando el estandarte de santa Eulalia -patrona de la ciudad- hasta que fue herido levemente. Una vez evacuado, ordenó quemar sus papeles y delegó las condiciones de rendición a sus subordinados. Sus familiares le hicieron pasar por muerto en el hospital y consiguió salir de Barcelona disfrazado de fraile. Años después, en 1719, ejerció la abogacía en Barcelona hasta su fallecimiento en 1743.

   Como podemos ver, Rafael Casanova fue un catalán que defendía una España diferente y no por ello deja de ser un patriota español. Pasó prácticamente inadvertido para la historiografía (incluida la catalana) dos siglos hasta su recuperación por los nacionalistas catalanes de finales del siglo XIX como una figura mitificada y diametralmente opuesta a como realmente fue en vida.

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