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viernes, 18 de marzo de 2016

Kale borroka, ¿meros “desórdenes públicos” o terrorismo?


Aunque casi nos habíamos olvidado de que este tipo de actuaciones terroristas también había golpeado nuestra tierra durante demasiados años, de nuevo Pamplona ha vuelto a ser campo de pruebas de los filoterroristas de Ikasle Abertzaleak; esa organización “alegal” en su día vivero de ETA.

Así que otra vez, aquí y ahora, la kale borroka; un concepto asociado al de “terrorismo de baja intensidad” que se empezó a generalizar en España, a lo largo de la última década del siglo XX, para encuadrar una nueva variedad –en su día- de terrorismo impulsado por la organización ETA y desarrollada inicialmente por una organización satélite denominada, con terminología pseudo-militar, «comandos Y». Una modalidad terrorista que, en principio, no perseguía causar muertes personales, de forma directa; perpetrando disturbios callejeros con cierta continuidad en numerosas localidades del País Vasco y Navarra.

Así, a lo largo de determinados fines de semana, de madrugada y, especialmente, con motivo de las fiestas patronales, grupos de jóvenes que llegaron a sumar hasta tres centenares recorrían las calles de una población concreta, quemando contenedores, apedreando establecimientos, lanzando cócteles molotov contra cajeros automáticos de determinadas entidades bancarias, y enfrentándose –en no pocas ocasiones- a unidades policiales antidisturbios. Durante varios años tales agresiones causaron un importante gravamen económico, condicionando la vida callejera de muchos barrios y localidades; hasta que la política antiterrorista de los dos gobiernos de José María Aznar afrontó de manera decidida -policial y judicialmente- estas acciones. El resultado fue un lento y progresivo declive, resultando detenidos y encarcelados varios cientos de jóvenes y huyendo al extranjero otro número elevado; siendo muchos de ellos finalmente procesados por diversos cargos de terrorismo. En su inmensa mayoría estaban vinculados a las diversas organizaciones juveniles del entorno del autodenominado MLNV: Jarrai, principalmente, y a las que le sucedieron una vez ilegalizada, Haika y Segi. No obstante, en su inmensa mayoría, hoy disfrutan de las mieles de la libertad…

Volviendo a su “praxis” material, recordemos cómo estos grupos ampliaron sucesivamente su espectro de operaciones, acosando a cargos electos constitucionalistas e, incluso, a algún nacionalista moderado; hostigando sus sedes políticas, comercios y domicilios, mediante lanzamiento de cócteles molotov, encarteladas masivas y llamativas pintadas insultantes; persiguiéndoles por las calles, amenazándolos por teléfono…

Además, conforme se fue acreditando policial y judicialmente, esta modalidad de «lucha callejera», «guerrilla urbana», o «terrorismo de baja intensidad», sirvió además como «cantera» y «escuela» de formación de futuros etarras.

En realidad no se trataba de una innovación táctica ideada por los estrategas de ETA, no en vano ya se había experimentado en otros territorios por diversas organizaciones terroristas: fue el caso del IRA, con ocasión de los prolongados «disturbios» acaecidos en Irlanda del Norte; por diversas facciones “laicas” y “fundamentalistas”, en las sucesivas Intifadas palestina; grupos de extrema izquierda en numerosas jornadas “antiglobalización”; etc., etc.

Pero lo de menos es su denominación. Si bien se trata de una variedad terrorista complementaria de la actividad fundamental, desarrollada por la organización «madre», sus objetivos son los mismos: la extensión del terror y de sus efectos, el miedo, el odio y el silencio. De hecho, en el caso de ETA, esta modalidad terrorista, conocida como kale borroka (lucha callejera), se inició en el contexto de la fase táctica denominada «socialización del sufrimiento», según los documentos elaborados por distintas instancias del autodenominado MLNV. En su impulso y desarrollo se perpetró la persecución de los sectores sociales percibidos como hostiles a sus propósitos. Y, en última instancia, pretendían que los «efectos nocivos del conflicto» alcanzasen al mayor número posible de personas; de modo que no existieran ciudadanos indiferentes.

Los analistas expertos en ETA observaron, de manera unánime, que en el relevo generacional experimentado por aquella banda todavía existente, ésta se fue nutriendo especialmente de individuos ya fogueados en la kale borroka. De hecho, en su mayor parte, los terroristas de ETA detenidos en los últimos años, incluso en la actual fase de “paro temporal”, procedían de este campo de pruebas, así como la mayor parte de sus dirigentes. Por ello se puede afirmar que la kale borroka, o “terrorismo al por menor”, era –y todavía lo es- la antesala de ETA, terrorismo al por mayor.

De «alta», «media» o «baja» intensidad, terrorismo es terrorismo. Cambian los fines inmediatos o los medios empleados; será otro el dispositivo organizativo y las técnicas desplegados. Pero comparten análogas estrategia, cultura y mentalidad. Y el mismo odio.

Además, este terrorismo, por si había alguna duda, también mata. Así sucedió con Ambrosio Fernández, un vecino de 79 años de Mondragón que, tras ser desalojado de su vivienda situada encima de una sucursal de La Caixa calcinada en un ataque de kale borroka perpetrado el 5 de enero de 2007, fue ingresado en el Hospital Txagorritxu de Vitoria, después de que la inhalación de humo y la espera en la calle complicara su ya delicado cuadro médico. Finalmente, tras casi dos meses de estancia en su UCI, falleció el 3 de marzo de 2007.

Ahora que Arnaldo Otegui, el “hombre de paz”, ya excarcelado, es propuesto desde diversas instancias como una figura decisiva para “resolver” el artificial y envenenado “contencioso vasco”, resurge la kale borroka. Ahora que se informa que algunos sectores separatistas se empecinan en justificar “la lucha armada”, cuando no retomarla incluso, también casualmente, resurge la kale borroka. Y en Pamplona. ¿Casualmente…?

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