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miércoles, 20 de abril de 2016

El origen etnicista de la “Carta Europea de Lenguas Minoritarias” (segunda parte)


El euskogobierno que padecemos nos quiere hacer creer que, para quitarnos la cerrazón mental que caracteriza a los navarros (esto último se deduce de sus numerosas declaraciones en este sentido),  no hay nada más moderno y progresista que aplicar en Navarra la “Carta Europea de Lenguas regionales o minoritarias”, convirtiendo así el territorio en una especie de laboratorio de experimentación lingüística.

Primer artículo: Sobre la Carta Europea de Lenguas Regionales o Minoritarias 


Para intentar entender cómo ve el asunto algún político de izquierdas de nuestro entorno cercano, hemos acudido al pensamiento de Jean-Luc Mélenchon, eurodiputado francés por el partido “Front de Gauche” (similar a Izquierda Unida, pero en modo patriota) y, por lo tanto, nada sospechoso de confraternizar con Marine Le Pen todos los días, por mucho que, a veces, los extremos se toquen.

En un artículo publicado en 2013  en el blog del bloque “European United Left” (del que formaba parte, por cierto, Izquierda Unida, y en el que están incluidos desde 2014 Bildu, Podemos e IU de nuevo), el Sr. Mélenchon dice lo siguiente:


“Me gustaría subrayar que no conviene ignorar el origen de la Carta de Lenguas Minoritarias.  En el contexto del neoliberalismo triunfante hoy en día, la diferencia de derechos es un elemento esencial de la guerra de todos contra todos.  Conceder derechos y exclusividades a algunos, solo por el hecho de hablar una determinada lengua, es un medio muy útil para instaurar ese derecho a geometría variable y ese  imperio de las leyes “locales” con las que sueñan los neoliberales.  La inclusión de este tipo de aberración en unas identidades locales reconstruidas y, además, consideradas intocables y cuasi-genéticamente transmitidas, ofrece un contenido étnico identitario bastante sórdido.  Sin embargo, no debería sorprender a nadie.  La Carta no está adaptada a nuestra realidad ni fue creada para ésta.  Fue pensada en los tiempos de la guerra fría, para desestabilizar el bloque oriental desde Europa occidental. Aún así, la intención manipuladora no debe hacer perder de vista las buenas intenciones en el contexto de las minorías nacionales ya que, el establecimiento de fronteras que habían dividido pueblos como el húngaro o el rumano en Estados diferentes, daba lugar a verdaderas políticas culturales de erradicación en algunos países, al contrario de lo que se hacía en Francia en la misma época.  Pero una cosa es una lengua minoritaria y otra muy diferente un pueblo minoritario. No hay pueblos minoritarios en Francia.  Y no puede haberlos ya que el Pueblo en la República queda descrito según un solo criterio: La ciudadanía y la unidad de la comunidad legal que resulta de ella.


Aunque podamos discutir mucho sobre el punto anterior, hay una cuestión que permanece, y es que el trabajo de preparación de la Carta de Lenguas Minoritarias fue confiado a unos personajes más que discutibles.  La Carta, aprobada en 1992 por el Consejo de Europa, fue preparada, debatida y redactada por varios grupos de trabajo de dicho organismo supervisados por parlamentarios austríacos, flamencos y alemanes del Tirol.  El punto en común de todos ellos era proceder de partidos nacionalistas o de extrema derecha. Todos estos grupos eran miembros de la “Unión federalista de comunidades étnicas europeas”.  El título no puede ser más claro.  Esta unión se puede encontrar bajo el nombre de “FUEV” según abreviatura alemana.  Esta organización está hoy en día dotada de un estatuto consultivo en el Consejo de Europa, y se presenta a sí misma como la continuadora del “Congreso de las nacionalidades”.  ¿De qué se trata esto?  De un instrumento geopolítico del poder alemán en los años treinta, disuelto después del fin de la Segunda Guerra Mundial.  Uno de los principales laboratorios de la elaboración de la Carta fue así el grupo de trabajo oficial del Consejo de Europa sobre “la protección de los grupos étnicos”, cuya creación fue obtenida por la FUEV y que es igualmente conocido por sus trabajos sobre el “derecho a la identidad” o “Volkstum”.  Todo esto no puede ser considerado como una referencia aceptable por unas conciencias de izquierda herederas del Siglo de las Luces.  De hecho, ya he alertado sobre los orígenes problemáticos de la Carta desde 1999, en una pregunta parlamentaria al Gobierno, y cuya respuesta no ha desmentido ninguna de las informaciones que yo ofrecía.”  (…)

Delegación catalana ante el “Congreso de nacionalidades europeas” (años 30)

“En el contexto actual, este tipo de tentación etnicista tiene una importancia singular.  La que le ha dado Samuel Huntington y su “teoría del choque de civilizaciones”.  Para sus partidarios, desde ahora, en el mundo nuevo, la política local es “étnica”, y la política global “civilizacional”.  Detrás de la idea de la preeminencia de lo étnico en la definición de una civilización y de su fundamento cultural anclado en la religión, Huntington es un teórico de la balcanización de los Estados-nación y de la ruptura de la unidad de su marco jurídico. En esta teoría, la Nación deja de ser una comunidad legal única e indivisible donde la ley es la misma para todos, puesto que es decidida por todos.  Las naciones son, entonces, una colección provisional de pueblos diferenciados por la diversidad de sus lenguas y de sus religiones, y de los derechos que van con ellas.  Nicolas Sarkozy había asumido esta doctrina cuando declaró, desde el día de su elección en 2007, que el primer riesgo que corría Francia era el de una “confrontación entre el Islam y Occidente”, enfrentando así a  la segunda religión del país contra una región y los nativos arraigados en ella.

Así, llegamos a lo que constituye, para mí, la cuestión fundamental.  No procede, bajo pretexto de respeto de la diversidad cultural, admitir una diferencia de derechos entre ciudadanos iguales.  Esto sería una contradicción absoluta con el pensamiento republicano. No procede crear unos derechos particulares para una categoría específica de ciudadanos. El hecho de hablar una lengua diferente no es suficiente para establecer derechos particulares para nadie.  Sin embargo, esto es lo que establece específicamente la Carta. Pretende apoyar la práctica de dichas lenguas “en la vida pública y en la vida privada”. La expresión parece banal, pero no lo es en absoluto.

Tratándose de la vida privada de las personas, me gustaría recordar que el carácter laico de nuestra República prohíbe que las instituciones gubernamentales y estatales hagan ninguna recomendación de ningún tipo en dicho ámbito.   En cuanto a la vida pública, la Carta solicita a los Estados  “tomar en consideración las necesidades y los deseos expresados por los grupos que hablen esas lenguas”.  ¿Vamos a elegir entonces unos representantes políticos de dichos grupos? ¿Vamos a crear un Senado de nacionalidades? ¡Claro que no!  Sería una total contradicción con la idea de igualdad republicana….”.  (…) 


A la luz de esta lectura, cualquiera se preguntará qué hacen Bildu, Podemos e Izquierda Unida compartiendo grupo político en el Parlamento Europeo con alguien que está en las antípodas de lo que nos matraquean todos los días en España.  Y, sobre todo, no parecen ser conscientes del origen ideológico de lo que nos venden como el no-va-más de la modernidad, cuando el político francés deja claras sus dudas sobre el totalitarismo que planea sobre esos planteamientos. 

Calíope

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