No, no es una crítica de cine lo que hoy nos ocupa. Tampoco Dani Rovira y Clara Lago están filmando una precuela de la afamada 'Ocho apellidos vascos', película que te podrá gustar más o menos; pero, ¿cuántos filmes llegan a recaudar más de veinte veces su presupuesto inicial?
A estas alturas pocos de los que me leen se habrán privado de ver esta genial comedia romántica -aunque simplona, lo uno por lo otro- dirigida por Emilio Martínez-Lázaro y que vino a cerrar en clave de humor una de las facetas más traumáticas de la historia reciente española: los más de cuarenta años de violencia terrorista etarra centrada sobre todo en torno al País Vasco y Navarra. No el fin de toda violencia, puesto que el terrorismo de baja intensidad sigue existiendo, pero entre todos trabajaremos para que esta situación mejore y no se revierta.
Hoy vengo a hablaros sobre el origen de ese chascarrillo que no sólo es el elemento central en torno al que gira una de las escenas más memorables de la película, sino que incluso le da nombre a la misma: esos ocho apellidos vascos de marras que, a modo de pedigrí euskaldún, Koldo le exige a todo aquel que pretenda a su hija Amaia.
La película no sólo tiene nombre, sino que este nombre tiene un origen que hoy en día nos puede parecer una majadería, pero es un hecho que en torno al nacionalismo vasco de finales del siglo XIX y principios del XX -¿y del siglo XXI?- gravitaba la idea de que los vascos, creadores de ese idioma cuasi celestial al que llaman euskara, también tenían que pertenecer necesariamente a algún tipo de raza superior, cuanto menos por encima de aquellos pérfidos españoles -maketos, llamarían- que en plena industrialización habían ido al País Vasco a mancharlo con su mera presencia y por qué no, robarle las mujeres a los euskaldunes de pro.
De esto ya hablamos la semana pasada: por aquel entonces el mayor impulsor -y prácticamente inventor- de esta ideología fue el ínclito Sabino Arana y para él, era absolutamente necesario preservar el contacto de la "raza" vasca con los malvados españoles, lo que viene siendo racismo en versión boina-a-rosca. Pero hay un problema, ¿cómo sabemos quién es de pura raza euskalduna? El euskera no sirve, puede ser usado para segregar, pero los maketos también lo podían aprender. Ahí es cuando nuestro querido Sabino se rompió la cabeza a pensar y llegó a la conclusión de que el número de apellidos vascos era una buena forma de saber si alguien era vasco de pura cepa o no. Había nacido el apellidismo vasco.
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Da igual que los apellidos como tal no terminen de fijarse hasta tiempos relativamente recientes, o que muchos vascos castellanizaron sus apellidos -y al revés-; para personajes de la catadura de Sabino Arana aquellas personas con cuatro apellidos vascos eran realmente los euskaldunes de pro en los que se podía confiar para formar parte de su partido. De aquellos que contaban con tan sólo tres apellidos, se podía fiar menos; y esos pobres diablos que tan sólo contaban con dos apellidos euskaldunes, sólo podrían ser simpatizantes y como mucho tendrían su lugar en el futurible Euzkadi independiente (esa nación falsificada) si se esforzaban mucho en pro del nacionalismo vasco. Ahora me explico que tantos hijos de andaluces se hagan batasunos, puro Síndrome de Estocolmo.
De este sistema de castas quedó constancia en las reglas que la secta sabínica dejó por escrito para esos locales que a modo de sociedades lúdicas realmente hacían las veces de un partido político, antes de que se fundase el propio PNV. Hoy en día estas sociedades se conocen como batzokis y todo esto puede parecer una broma, de no ser porque se trata de un partido que ha llegado a tocar altas cotas de poder a largo de los siglos XX y XXI.
Como muchas de las cosas que inventó aquél deslenguado, no se puede decir que estas fuesen lo más original del mundo: este apellidismo del que os he venido hablando realmente hunde sus raíces en la tradición nobiliaria española, según la cual el grado de nobleza dependía del número de apellidos pertenecientes a casas de hidalgos que tuviese una persona. Esto no era un problema para los vascos puesto que Vizcaya y Guipúzcoa habían alcanzado la nobleza universal, todos sus habitantes eran nobles puesto que los invasores musulmanes no habían llegado a conquistar estas provincias por lo que no cabía duda que eran de sangre pura. Esto explica que hubiese tantos vascos en puestos destacados del ejército y la administración central del reino. Curiosa forma de "oprimir" a un pueblo.
Sí, que sean ocho los apellidos vascos es realmente una licencia artística que se toma la película, pero no por ello deja de estar basado en hechos reales. Lo que no me queda tan claro es hasta que punto este apellidismo aún sigue inserto dentro de la ideología abertzale. Sí te puedo asegurar que a este lado de la trinchera en el que se combate al separatismo en primera línea, también hay un sitio para ti... aunque te apellides Clemente.
Hispano
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