La noticia cultural del mes es, en Navarra, la consolidación y exhibición del zampanzar de Tafalla. Por supuesto que sí: todos sabemos que ese baile –solo de hombres- propio de algunos pueblos de la Montaña y asociado a cultos paganos muy antiguos e interesantes (léase a Caro Baroja) en realidad era propio de Tafalla, de la Zona Media y de la Ribera. Sólo el franquismo primero y la constitución fascista de 1978 han impedido hasta ahora que los tafallicas pudiesen expresar su verdadera identidad cultural.
¿O no?
Pues no. Los enseñan en el periódico -¡en el Diario de Navarra, una vez más sin criterio!- como si fuesen algo propio de Tafalla y de toda la Comunidad. Pero ni una cosa ni otra. Ni esa bonita tradición, más bien de carnaval y nunca de todo el año, es de todas las partes de Navarra. Ni es sólo de Navarra. Ni va unida a la extensión de la lengua vascuence. ¿A que molesta leerlo, si uno es abertzale? Pues vayan a Ávila, vean los zamarraches y luego nos explican lo que sientan.
A no sea que Ávila sea también Euskalherria claro. El nacionalismo es malo para muchas cosas pero sobre todo para la cultura por un lado y para la sensatez por otro. ¿Qué sentido que haya en Tafalla un zampanzar y que baile todo el año y aparezca en las calles a la mínima ocasión? Sólo una: su identificación, artificial, patológica, con una imaginaria identidad vasca. Y todas esas identificaciones son falsas: ni el zampanzar es sólo vasco, ni es de todos los vascos, ni jamás, hasta su llegada nacionalista, ha sido propia cosa de Tafalla. Que no es Ituren ni Lanz, qué le vamos a hacer. O no lo era, quizás ahora lo hagan mutar.
Más extendido y aún más ridículo es aquel viejo y cascarrabias carbonero del monte con el que en algunos pueblos –obviamente de la Montaña- se amenazaba a los niños malos. El Olentzero, ante la necesidad de ofrecer una alternativa identitaria a los Reyes Magos fascistas y a San Nicolás y Papá Noel, invasores, ha sido reinventado y extendido por los nacionalistas. Y lo han hecho llegar donde nunca pensó. Ahora es bueno. Trae regalos. Tiene mujer. Y seguramente pronto dejará de fumar y beber, que eso sólo se puede hacer en las herrikos y los gaztetxes.
Aún no está muy claro cómo se hace carbón de madera en los bordes de la Bardena –qué poco ecologistas son-, pero al nacionalista la sensatez no le importa: le importa crear, e imponer, su idea de una identidad vasca eterna, perfecta, inmutable e idílica que incluya además a toda Navarra.
Y si la realidad no coincide con la Euskalerria imaginada, peor para la realidad. Mintzoa acaba de publicar, a cargo de Peio Monteano, una edición facsímil de un documento medieval, de 1416, parcialmente escrito en uno de los dialectos vascos: la ‘Carta de Martín de Zalba’. De que una carta y su respuesta en un proceso estén en parte en vasco saca el archivero las más atrevidas conclusiones. La principal, que “el euskera era la lengua del 80% de los navarros”, en el siglo XV. Así, con dos… Desde luego no será por la proporción de documentos eusquéricos, entre los siglos X y XX. Y nadie le ha dicho que deje de pedalear, porque si en un documento referido a Saint-Jean-Pied-de-Port hay unas líneas en vascuence, qué se podría deducir de todos donde no las hay. Es lo mismo que definir como euskaldún un lugar por un topónimo menor o un apellido vascuence, traído por almadieros, pastores o carboneros, y en cambio borrar con saña todos los topónimos romances, miles de ellos, en sitios “molestos”. ¿Por qué? Porque tanto los promotores del zampanzar-sin-descanso de Tafalla como los extensores enfermizos del Olentzero-bueno como los archiveros abertzales –nombrados y ascendidos por UPN- ponen su ideología por delante de la relidad. Ya que se trata de cambiar la realidad. Sólo que nosotros resistiremos.
Caius
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