La formación navarra de extrema izquierda hermanada con Izquierda Unida, y una de las “patas” del cuatripartito aquí gobernante, es Izquierda-Ezkerra.
No es exactamente la misma Izquierda Unida del resto de España (en su decir, del Estado…), no en vano, una formación autóctona, Batzarre, apostó por esta fórmula específicamente navarra como la vía más efectiva, según su criterio, para la construcción de una “izquierda transformadora”.
En otros territorios, no obstante, sus correligionarios más o menos trotskistas –cuya tradición revolucionaria y organizativa deriva de las antiguas Liga Comunista Revolucionaria (LCR) y Movimiento Comunista de Euskadi (MCE) de los años 70 del pasado siglo- vienen optando, al menos en su mayor parte y en los últimos años, por la formación leninista Podemos. Ello es así, en concreto, por medio de su corriente interna Anticapitalistas, que cuenta con rostros muy conocidos; caso de la andaluza Teresa Rodríguez y del madrileño Miguel Urbán. Una corriente que en la actual lucha entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, por el control del partido, ha optado por una tercera vía y que, en Navarra, ha encandilado a buena parte del bisoño liderazgo podemita regional.
Veteranos trotskistas, vetero-comunistas del PCE, y los que se llamaron “independientes”, comparten en Navarra, según vemos, el proyecto político de I-E; al menos de momento, pues su convivencia, conforme acredita la Historia, suele devenir antes o después en algo más que “espadas en alto”.
Además de tan extraños maridajes, también comparten una sangrienta historia, que cumple 100 años ya, jalonada de genocidios, matanzas brutales de propios y extraños, por todo el globo terráqueo. Unos acontecimientos, sorprendentemente, mucho menos conocidos que la Shoah. Y por los que nadie ha sido juzgado (salvo en Camboya unos pocos ancianos) ni, por supuesto, han pedido perdón.
Pero no tenemos que remontarnos a la Revolución de 1917, al exterminio de los trotskistas en la Rusia de Stalin, a la eliminación del POUM por el PSUC, al Holodomor ucraniano, a las múltiples guerrillas sovietizantes o de estricta obediencia a alguna de las numerosas facciones trotskistas por todo el mundo, etc., para toparnos con complicidades inequívocas con el terrorismo perpetrado por “organizaciones hermanas”.
A partir de 1981, durante unos 8 años, un misterioso grupo autodenominado Iraultza (revolución en vascuence) practicó el terrorismo colocando diversas cargas explosivas en Navarra y País Vasco. Supuestamente dirigidas contra “objetivos económicos del capitalismo, la oligarquía y los EE.UU.”, esos explosivos asesinaron a un trabajador (un “lamentable error” colateral), causando la muerte de 7 de sus propios militantes a causa de sus errores. En este segundo caso, todo un récord de ineficaz y torpe organización terrorista; ojalá el ejemplo hubiera cundido… Uno de ellos fue Juan Carlos Gallardo, muerto el 13 de diciembre de 1986 en la avenida Roncesvalles de Pamplona; muy cerca, por cierto, de donde muriera tiroteado Germán Rodríguez, también trotskista de la LCR, el 8 de julio de 1978.
Otro grupito se le escindió posteriormente bajo el nombre de Iraultza Aske (revolución libre), pertardeando diversas ETT´s entre 1992 y 1996; disolviéndose… para nunca volver a saberse de ellos.
También concurrió, en esta casuística terrorista, otra anomalía: jamás se culpabilizó –desde los grupos marxistas o mediáticos afines- de sus garrafales y letales errores a “infiltrados de la extrema derecha” o a “acciones provocadoras de los aparatos de represión e Inteligencia del Estado”; habitual táctica para “explicar”, por ejemplo, el terrorismo de los GRAPO y otros grupos marxistas. Sorprendente.
Si miramos atrás en el tiempo, recordaremos que las juventudes de la LCR se denominaban Iraultza Taldeak (grupos revolución); las del MCE, por su parte, Euskadiko Gazteria Gorria (juventud roja vasca).
Iraultza, gorria…, términos para nada casuales que, enlazados con la tradición y praxis comunista-insurgente, se incorporaron al vademécum marxista-nacionalista que los activistas trotskistas vasconavarros elaboraron en su intento –infructuoso a pesar de todo su voluntarismo- de “hacer la revolución”. Ambos grupos, euskaldunizados, dieron lugar, respectivamente a la LKI y al EMK; quienes en su convergencia parcial dieron lugar a Zutik en el País Vasco y a Batzarre en Navarra.
Iraultza, gorria…, unos términos que, recordemos, se emplearon como colofón en los homenajes que sus correligionarios rindieron a esos “militantes obreros caídos” de Iraultza; finalizando siempre con un vibrante ¡Gora Euskadi gorria!
En diversos foros de extrema izquierda (por ejemplo http://www.alasbarricadas.org/forums/viewtopic.php?t=2908) y otro centrado en torno a la labor de los servicios de información (http://www.intelpage.info/forum/viewtopic.php?t=1168) siempre se asoció a Iraultza con el EMK; e idéntica afirmación la efectuó, además de otros diversos medios, el diario El País (http://elpais.com/diario/1991/05/01/espana/673048811_850215.html). El EMK, faltaría más, siempre la negó.
No obstante, lo cierto es que tal vinculación se ha afirmado también en ámbitos de la investigación histórica, caso de Rafael Leonisio Calvo en su artículo Izquierda abertzale, de la heterogeneidad al monolitismo; quien se remite a su vez a J.M. Mata en su libro El nacionalismo vasco radical: discurso, organización y expresiones (Bilbao, UPV, 1993). Y tal afirmación tenía su lógica interna: más que unos “iluminados” con los que el EMK nada habría querido saber, la LKI y el EMK intentaron desarrollar un entramado socio-político a imitación del autodenominado MLNV dirigido por ETA; integrado a su vez por partidos políticos, organizaciones juveniles, de insumisos, coordinadoras de lucha sectorial (contra el vertedero de basuras de Aranguren; un caso especialmente relevante en la vida navarra), centros culturales, ONG`s, internacionalistas, feministas, ecologistas… y un grupo “armado”. Pues no iban a ser menos.
Volvamos a la navarra Batzarre. Pese a su creatividad, capacidad de movilización y fidelidad militante, nunca superó los 6.000 votos, convocatoria tras convocatoria, independientemente de las variadas fórmulas nominales circunstanciales; y poco más de media docena de concejales, bastante relevantes mediática y socialmente, en algunas ciudades. No estaba nada mal, en cualquier caso; pero con tales réditos no se acercaban, para nada, a la soñada revolución final.
Con los años, además, Batzarre pasó de ser un partido de funcionarios (no por el número de “liberados” a su servicio, sino por el grueso de militantes a su vez empleados en las diversas administraciones públicas navarras) a otro de jubilados. Y es que los años no perdonan. De ahí que “a nuevos tiempos, nuevas tácticas”: tal es la causa remota de su confluencia con Izquierda Unida.
Judicial y policialmente nunca se aclaró la vinculación de Iraultza con el EMK y la LKI, acaso porque el Estado tenía preocupaciones mayores que la de un grupo de barreneros que se mataban a sí mismos; otra asignatura pendiente de la Transición. No obstante, es incuestionable que el hilo conductor de ese extinto fenómeno terrorista con Izquierda-Ezkerra pervive a través de los históricos militantes procedentes de tales grupos, quienes desembarcados en I-E, siguen disfrutando en su seno de prestigio y cierto peso operativo en la coalición; unos testigos privilegiados, pues, de la triste aventura de Iraultza.
Las gentes de Iraultza tuvieron sus asambleas, sus escisiones (fenómeno inevitable en esa variedad humana que es la de los trotskistas, quienes si no se “organizan” no se sienten vivos plenamente), sus debates… Pero jamás pidieron perdón por sus crímenes; como tampoco se dieron por aludidos cuando el mundo fue descubriendo los genocidios perpetrados por sus correligionarios por todo el planeta; ya desde el terrorismo de Estado, ya por las guerrillas terroristas, o por tantos pequeños partidos revolucionarios amigos de la huelga general, las bombas y las “insurrecciones populares”.
A día de hoy, los líderes y militantes de Izquierda-Ezkerra son los primeros en ponerse detrás de las pancartas que reclaman “luchar contra el fascismo”, “derribar el Monumento a los Caídos”, implantar la “III República” (¿española?, ¿ibérica?, ¿soviética?... ¿planetaria?), desenterrar la Memoria Histórica (sólo la que les conviene). Siguen haciendo lo que siempre han hecho y que, parece, es lo que sólo pueden y quieren hacer: elevarse a la categoría de supremos jueces, máximos sacerdotes y guardia pretoriana de lo políticamente correcto.
Mejor sería, pero imposible siquiera plantearlo, que fueran autocríticos DE VERDAD, reconocer el mal hecho (hace 100 o 20 años), pedir perdón… y si todavía fuera posible, repararlo. Pero ello no va con sus genes. Ni con una conciencia mutada por los apriorismos y los dogmas ideológicos.
Cuando se practica el terrorismo, o cualquier otra forma de violencia política, la verdad es la primera víctima. Pero a los comunistas, de la facción que fuere, nunca les interesa la verdad; pues la verdad sólo les es relevante si sirve a sus tácticas y estrategias. Únicamente es útil y es verdad –para estos personajes- lo que favorece la revolución. Y lo demás: escoria sentimental, prejuicios pequeño-burgueses, trasnochados valores religiosos o patriarcales a derruir.
En estas condiciones, objetividad, verdad, memoria, etc., son palabras vacías, pues las interpretan en función de sus objetivos, eliminando cualquier contenido objetivo que pueda compartirse con los ajenos a su cosmovisión. Por todo ello, esta calaña de comunistas jamás será instrumento de reconciliación, siendo la siguiente, la pregunta que ahora se impone y que permanece totalmente vigente: ¿quién o quiénes idearon, organizaron y lanzaron a Iraultza por la vía del terrorismo? ¿Nadie tiene nada que decir? ¿Nadie, tampoco, desde Izquierda-Ezkerra?
Naturalmente, de quien nada esperamos al respecto es de la revanchista, selectiva y distraída Dirección General de Paz, Convivencia y Derechos Humanos del Gobierno de Navarra; compañeros de viaje –les guste o no- de ésta y otras expresiones mucho más graves del terrorismo que azotó nuestra tierra y a nuestra gente durante décadas.
En cualquier caso, los efectos del terrorismo siempre son imprevisibles y devastadores. Por ello no cabe la equidistancia entre verdugos y víctimas.
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