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jueves, 2 de febrero de 2017

España también se construye en las calles

Propaganda política, visibilidad, inhibición...

El gran parlamentario de UPN Iñaki Iriarte, en su intervención del pasado 19 de enero en el debate de la moción que presentó -“el Parlamento de Navarra reprueba la politización de las fiestas populares e insta a ayuntamientos, concejos, peñas y asociaciones culturales y vecinales a trabajar por unos espacios festivos plurales, integradores y libres de odio y propaganda política”- puso el dedo en la llaga: EH Bildu, con la complacencia de sus socios, pretende invisibilizar en la calle a quienes caracteriza como rivales políticos; es decir, a la inmensa mayoría de los ciudadanos navarros.

Las diversas organizaciones separatistas saben manejar muy bien técnicas y conceptos diversos, empleándolos a modo de “esposas”, al objeto de neutralizar libertades ajenas, con su característica perspectiva de secta. Expertos en la manipulación del lenguaje y habituales de la militancia hasta el paroxismo, ocupan sucesivamente diversos espacios públicos y semi-privados, administrándolos después a placer; ante la inhibición de unos rivales siempre a la defensiva y nada acostumbrados a bregar fuera de los despachos.

Todo ello constituye una más de tantas operaciones de “ingeniería social” puestas en marcha desde hace décadas, pero muy acentuadas en los últimos años: la de “visibilizar” ciertas minorías, hacer “visibles” a los “invisibles”; mujeres maltratadas, colectivos LGTB, a los “sin papeles”, menores trans, etc., etc. ¡Adelante con ellos!, pero únicamente cuando suene a “progreso”. Pues, en caso contrario, se desatarán los mecanismos de la “regulación social autogestionaria y antiautoritaria”; es decir, la censura y eliminación de los rivales. Y de paso, estos aprendices de brujo colocan entre esas supuestas minorías maltratadas por la Historia y la sociedad… a ¡los presos “políticos”!, es decir, a los terroristas. Buen tanto. Pero no nos lo tragamos.

No se trata de controlar y manipular espacios festivos únicamente, sino de todos los que puedan tener una dimensión pública o semipública; en definitiva, la calle misma. De este modo sólo podrían visibilizarse” los compañeros tácticos de los separatistas, pues de intentar visibilizarse otros grupos, digamos que españoles a secas,  ese constructo de “visibilidad” ya no iría con ellos; por fascistas, cuneteros… unos españolazos que no tendrían derecho a nada.

Cualquier visitante foráneo del Casco Viejo de Pamplona, en esas rápidas incursiones organizadas por los guías que les arrastran por sus calles y monumentos más significativos, obtiene la misma impresión: más que un entorno de raíces medievales, se antoja una zona “okupa” repleta de banderas anarquistas, ikurriñas, republicanas (¿pero no son españolas también?), en favor de los terroristas encarcelados… Por no hablar de carteles, pegatinas, pintadas y murales siempre de extrema izquierda (alguna incluso en apoyo a ¡los separatistas prorrusos del Donbas!). Este histórico barrio, ciertamente, nunca había estado tan sucio en las últimas décadas, pero, al parecer, Asirón no dispone de dinero para adecentarlo.


Mientras tanto, también en numerosos barrios de Pamplona, y otras localidades navarras, se viene desarrollando una sorda confrontación material y simbólica, evidente para cualquier observador atento a la vida, colores y expresiones que se despliegan en esas calles. Pegatinas, pancartas, carteles, pintadas incluso, son algunos de los instrumentos empleados. Así, diversos grupos, de común identidad española, ser sirven de tales para “dar visibilidad” lo que debiera ser normal: que los colores rojo y gualda formen parte cotidiana del paisaje urbano. Pero los “antifas”, elementos de Indar Gorri, “anarkos”, etc., los arrancan furiosamente, los tachan con espray o tapan con otros propios. Su objetivo: eliminar cualquier presencia disidente, diferente… española en suma. Y se organizan para ello mediante alarmas en grupos de whatsapp, batidas por barrios, avisos en redes sociales…

Artículo relacionado: Unas pintadas como síntoma.

Decíamos antes que el Casco Viejo está más sucio que nunca. Pero la realidad es que para borrar las escasas pintadas que en su día aparecieron por Pamplona criticando algunos aspectos de la labor de Asirón y los suyos, sí hubo dinero: dándose además mucha prisa. Desconcertante.

Al parecer, tanto para esos radicales como para Asirón, una pegatina con la bandera española –o una pancarta-  es una “provocación fascista”, un “acto vandálico”. Por el contrario, una pintada de varios metros de longitud exaltando a los terroristas sería “creatividad” urbana de los “organismos populares”. Entonces, ¿una doble vara de medir? Noooo, por Dios: es “lo que se lleva”, el “clamor de la calle”, es… cinismo, hipocresía y neolenguaje.

Un neolenguaje manejado al objeto de transformar las mentalidades, condicionando los debates y los análisis de la realidad: piquete informativo en lugar de banda chantajista y violenta; reforma por revolución; autodefensa en vez de agresión; discriminación positiva de unos en lugar de marginación de los otros; etc., etc.

Veamos otro supuesto concreto. Se asume como propio los “inocentes” conceptos, pero muy comunes, de “neutralidad” y “apoliticismo”; después se afirma que la presencia de banderas españolas en un homenaje a las víctimas del terrorismo molesta por “estar de más”; más adelante se critica que algunos grupos coloquen pegatinas o pancartas con los colores rojigualdas en las calles navarra, pues ensuciarían el mobiliario urbano. Pero este comportamiento, ¿es auténtico civismo o cobardía?

La entrega resignada de los espacios públicos y semipúblicos a la aberchalada facilitaría la invisibilidad de la mayoría de los ciudadanos navarros, ciertamente. Iñaki Iriarte tiene toda la razón. Mas la batalla por lo simbólico se desarrolla también en otros niveles más próximos y cotidianos: la misma calle, el paisaje urbano.

La calle es de todos; siempre se dice. ¡Pues negamos la mayor!: no es de todos. Rectifiquemos: ¡no debe ser de todos! Ni puede, ni debe ser de los terroristas y los vándalos que de una u otra manera, incluso con el B.O.N. en la mano, les apoyan. Y sí debe ser de los españoles que quieren ver sus colores en las calles.

No queda otra: o defendemos lo que nos constituye, simbólicamente también, o apenas sobreviviremos agónicamente esperando un mañana que no tiene porqué ser mejor ni tampoco más fácil. Y es que la lucha por la hegemonía social tiene lugar en el Parlamento, en los medios de comunicación, en los espacios festivos y en las calles.

Pancartas, pegatinas, carteles y pintadas: bienvenidas sean. También con ellas se construye España. Y buena prueba de ello es el odio y empeño de quienes se empeñan en erradicarlas. 

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