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jueves, 6 de abril de 2017

Ni Navarra es el Úlster, ni Irlanda es Euskadi


El ex viceministro principal de Irlanda del Norte y miembro del Sinn Féin Martin, McGuinness, falleció el pasado 21 de marzo a los 66 años.

La comitiva de su sepelio, recorriendo las románticas calles de su Derry natal, se ganó las portadas de todos los diarios impresos de ámbito nacional y espacios notables en los noticieros televisivos.

Por lo que se refiere a Navarra, los diarios separatistas impresos en circulación le dedicaron reportajes y obituarios, recuperando anécdotas jugosas de complicidades pasadas y presentes.

Martin, McGuinness no se avergonzaba de haber sido dirigente clandestino del IRA, nada menos que su jefe militar por un tiempo, para luego impulsar la vía “política” por la “pacificación” encarnada por el Sinn Féin. Al menos en este sentido -que tantas críticas, tan lógicas como justas, le generó- era valiente; no como los dirigentes separatistas panvasquistas que venimos padeciendo desde hace décadas, acomplejados, agazapados y emboscados de mil maneras.

Inevitablemente, en todos estos reportajes salpicaron algunos supuestos paralelismos con el caso vasconavarro.

Pues no: ni Navarra es el Úlster, ni Irlanda es Euskadi. Ni España es Gran Bretaña.

El grupo terrorista IRA se ganó no pocas simpatías en sectores sociales españoles muy dispares: especialmente entre los separatistas vascos y catalanes, pero también en otros católicos y/o anglófobos.

Hemos mencionado el concepto de “paralelismos”; recordemos ahora un poquito de historia básica.

Irlanda, al ser invadida por los ingleses y escoceses definitivamente en el siglo XVI, ya reunía una serie de características «nacionales» que la diferenciaban de su vecina y conquistadora Inglaterra: unidad geográfica, uniformidad lingüística y cultural, conciencia nacional, unidad religiosa, cierta estructura de poder territorial. 

Euskadi, el proyecto político ideológico del separatismo vasco, como tal, nunca ha existido; siendo un constructo teórico elucubrado por los hermanos Arana a finales del siglo XIX. 

Otra diferencia: jamás ha existido en el País Vasco y Navarra, al contrario que en Irlanda, un conflicto religioso: su población ha sido mayoritariamente católica, incluso con mayor intensidad que el resto de la nación española. Nunca hubo dos comunidades armadas y enfrentadas; sí, un partido-movimiento terrorista que jugó y juega todas las bazas posibles, dolorosamente, la de verdugo.

Tampoco se implantó, en estas tierras nuestras, medida alguna que persiguiera el sometimiento de la población autóctona mediante el «puño de hierro» de unos «ocupantes» foráneos; podría alegarse lo contrario: el proletariado emigrado fue explotado por la burguesía separatista.

Nunca se perpetró expolio material alguno. De hecho, en estas tierras vascas y navarras jamás se conoció nada parecido a un régimen colonial de explotación. Así, en el caso irlandés, la isla fue sometida al estatuto de «colonia», mediante un sistema de  «plantaciones». Expropiaron, por ello, las propiedades agrarias de los terratenientes autóctonos y de otros muchos, siendo redistribuidas por la Corona inglesa conforme su libre criterio en beneficio de los ocupantes escoceses, fundamentalmente, y en detrimento de los pequeños propietarios católicos; quienes terminaron siéndolo a nivel minifundista. 

Aquel tremendo episodio histórico de la «hambruna de la patata» -en la que se recreara el novelista León Uris con su Trinidad, sufrida a mediados del siglo XIX y que acarreó la muerte de la cuarta parte de la población de la isla y una emigración masiva a Estados Unidos entre los supervivientes- era simplemente inimaginable en el País Vasco y Navarra. No en vano, tan dramática circunstancia histórica, fue en gran medida consecuencia de tan injusta distribución de la propiedad de la tierra y de viciadas prácticas comerciales monopolísticas y de monocultivo propias de las «plantaciones».

En nuestras comunidades la propiedad de la tierra continuó en manos de los autóctonos, conservándose todo el Derecho privado propio y el correspondiente régimen de transmisiones patrimoniales; lo que generó que todo el País Vasco y Navarra estuvieran jalonados de medianas propiedades, sin apenas minifundio y muy escaso latifundio. En consecuencia, no hubo desplazamientos de población foránea al objetivo de diluir y expoliar a los autóctonos. Tras unos siglos generando emigrantes, dada la pobreza endémica de estos territorios, a partir del XIX, especialmente en Vizcaya, fueron cientos de miles los emigrantes procedentes del resto de España desplazados por motivos económicos, empleados como mano de obra barata, fortaleciendo con su fuerza de trabajo el desarrollo industrial local y los beneficios de una clase empresarial genuinamente vasca y no poco separatista. Incluso muchos hijos de esos emigrantes, en las últimas décadas, se entregaron en cuerpo y alma a la causa de la «liberación nacional y social de Euskadi» desde la trinchera terrorista y del nacionalismo más radical; lo que desmiente la existencia de una supuesta «ocupación» y sí confirma una problemática colectiva causada por la persistente acción de la ideología nacionalista y el correspondiente voluntarismo político.

Por lo que respecta a Navarra, ya fue en la segunda mitad del siglo siguiente cuando se invirtieron sus seculares tendencias poblacionales.

Este es el problema real: el impacto humano de una ideología totalitaria que, como tal, no asume la realidad sino que la reinterpreta. Y por tanto, la falsifica; Empezando por su propia y genuina historia.

Por ello hay que decirlo alto y claro: ni Navarra es el Úlster, ni Irlanda es Euskadi. Ni España es Gran Bretaña.

Sila Félix

1 comentario:

  1. Así fue: los unionistas y los separatistas pro unificación de la isla disponían de sus respectivas milicias: IRA e INLS, católicos (si es muy católico pegar tiros en la nuca y colocar bombas indiscriminadamente...) y La Mano Rojo, La UVU, y otras unionistas. ¡Hasta existe una masonería revanchista tocapelotas: la Orden de Orange protestante.
    Paralelismos, ninguno.
    En Irlanda, verdugos y víctimas en ambas partes.
    En España, verdugos y víctimas; tristemente bien delimitado.

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