“La
invasión de los ladrones de cuerpos” es un film de terror y ciencia ficción en
el que se narra el comportamiento progresivamente extraño de las gentes de una pequeña
localidad típicamente americana. Contada por su propio protagonista, éste y sus
acompañantes descubrirán aterrados el origen del misterio: unas vainas, de procedencia
extraterrestre, duplican a los humanos dormidos, suplantándoles en un proceso semivegetal.
Las réplicas, aparentemente perfectas, carecen de emociones: simulan ser siendo
las mismas personas, pero su racionalidad y sus emociones ya no son humanas,
respondiendo a una voluntad de dominio y eliminación de los primitivos habitantes
(perdón por el spoiler).
Se trata de una de las más grandes películas de serie B de la historia del cine, dirigida por Don Siegel en 1956.
Y
todo esto, ¿a cuenta de qué?: pues que las palabras no son indiferentes y su
empleo tiene consecuencias; y de las similitudes contextuales en su día
interpretadas y, tal vez hoy, aplicables. El valor de los símbolos y las
imágenes en el análisis de los comportamientos, en suma. El lujazo del buen
cine.
Navarra
es imprescindible para el proyecto de construcción panvasquista que persigue la
Euskadi o Euskal Herria de sus sueños y pesadillas.
El
ex-lehendakari Juan José Ibarretxe afirmó en su día que ambos términos -para él-
significaban lo mismo. No entraremos en esta ocasión en tan significativa
querella interna, para centrarnos en el término Euskadi.
Se
trata de un neologismo, fruto de la fértil calentura mental de Sabino Arana,
elaborado con la pretensión de denominar a un pueblo «que carecería de nombre
en su propio idioma».
Conforme
explican, entre otros Pio Moa y Jesús Lainz, conservando la raíz euzko (relacionado según su criterio con
eguzki, “el de sol”, una percepción
supremacista y exclusivista de resonancias orientales) Arana añadió el sufijo –di, incorporando al nuevo término la
idea de pueblo y tierra (común a todos los dialectos vascos), transformándose
fonéticamente en Euzkadi. Pero como el sufijo –di se aplica únicamente a vegetales, los vascos quedarían reducidos
a un nivel de plantas vegetales. Por ello, Unamuno escribió al respecto lo que
sigue: «es un terminacho espurio y disparatadísimo (...) parece querer decir
que los tales euzkos se tiene por
árboles, no sabemos de qué clase. Es como si al pueblo español le llamáramos la
españoleda...». Don Miguel, siempre tan lúcido y tan claro…
Neovascos
y vegetales: un término-motor del nacionalismo panvasquista en su origen
etimológico; aunque no les guste recordarlo y “pasen” del tema.
Me
dirán ustedes que ambos episodios –el film de terror y esta otra película,
también de terror- tendrían poco que ver: negamos la mayor.
El
film de Don Siegel se enmarca en el contexto histórico de la famosa “Caza de
Brujas” de McCarthy: cualquiera podría ser el enemigo [comunista] latente. Y
había que delatarlo: un vecino, un familiar, el comerciante del barrio, el
padre del amigo de tus hijos…
Exteriormente
-en el mítico film- estos humanoides vegetales manifestaban aspecto y
comportamientos humanos, pero ya no eran tales: su humanidad se había evaporado
y con ella la razón, voluntad y empatía. Tales criaturas, únicamente, servían a
un propósito de invasión y conquista… sin importar las pérdidas y mediante un
sorprendente sistema de señalamiento y linchamiento de los “humanos” no
asimilados; digámoslo ya, los disidentes. ¿Les va sonando la película… de
terror? ¿Aquí, en Navarra?
Cuando
se intenta explicar a personas procedentes de otras latitudes el fenómeno del
nacionalismo panvasquista -de sus cambios antropológicos en el comportamiento
individual y grupal, sus ritos colectivos, ideales compartidos, sus
“sacrificios” humanos y su “vigilantismo” social (la hipermilitancia tan
característica y que tanto choca a los ajenos a estas circunstancias)- suele
emplearse el símil del reseteamiento del disco duro. Pero en modo “humano”. Era
–es- como nosotros, pero ya no se comporta como antes. Algo ha pasado…
Los
panvasquistas son seres humanos como nosotros. Faltaría más. Pero su afectividad
ha cambiado: han perdido empatía, discriminan, acusan, juzgan y en ocasiones
ejecutan, sirven a un interés común y superior. Se identifican gratamente entre
ellos y señalan a “los otros”. Arrastran, en todo ello, a propios y ajenos. Y
todo gracias a una “infección” ideológica. No es exclusivo de ellos: todo
totalitarismo produce efectos análogos, al igual que sectas de cualquier tipo y
otros comportamientos colectivos patológicos.
El
cine permite soñar, viajar en el tiempo y el espacio, ponerse en el lugar de
otros, tener experiencias nuevas, abrirse al mundo para conocerlo e
interpretarlo.
Se
lo juro: cuando visualizo “La invasión de los ladrones de cuerpos” no puedo
dejar de pensar en mi vecino abertzale… y sus inquietantes amistades y
costumbres. Y en Marijó Deogracias.
Sila Félix
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