Han tenido que ser unos
pocos activistas navarristas quienes hayan tomado el toro por los cuernos -bajo
su responsabilidad y con el concurso inicial de sus fuerzas-, al convocar una
manifestación en defensa de la bandera de Navarra para el próximo 3 de junio.
Los partidos políticos no
son, estamos viendo, quienes lideran esta movilización; tampoco esos entes que
han aterrizado no hace mucho para “salvar” Navarra. Los que se están jugando su
prestigio e imagen, incluso su cara en el sentido físico, visto lo visto, son
esos activistas y en primera, primerísima, persona.
No han faltado a la cita
esos, siempre, “agudos observadores” que entienden que “no existe demanda
social” para tal convocatoria. Entonces, conforme su criterio, ¿a qué esperar?
Su actitud recuerda la de las ranas cuando son cocidas a fuego lento:
despacito, despacito, y cuando se dan cuenta de que están agonizando, ya no
pueden reaccionar, pues acaban de morir… salvo que oculten otras intenciones.
Otros, verdadera legión, no
quieren “marcarse”: que sean “otros” los que se muevan; para colmo, reclaman de
paso: ¡moderación!, ¡nada de extremismos, por favor! Pero, ¿es extremismo
reivindicar lo que se considera justo? ¿Es radicalismo ondear la bandera
amarilla y roja? Callar y mirar hacia abajo, ¿es moderación? Renunciar y
dejarse arrastrar, ¿es justificable?
Del cuatripartito y su
entorno no podía esperarse otra cosa: desvelándose inequívocamente
totalitarios. Pero algo ha cambiado respecto a años anteriores: no tienen, en
principio, quienes les mueva el árbol; si bien están muy, pero que muy,
dispuestos a recoger las nueces. De ahí su empeño en implementar el que
denominan “cambio de régimen” al más puro estilo chavista, contramanifestaciones
incluidas. Pero, en democracia, no se cambia de régimen: se producen recambios
gubernamentales. Entonces, ¿qué pretenden? Pues, por si alguien no lo tenía
claro todavía, trabajan para avanzar más y más en la “construcción nacional
vasca”; y para ello juzgan imprescindible neutralizar toda posible resistencia.
De tan compleja situación
se desprende una incómoda conclusión: al centro-derecha en particular, y al
navarrismo en general, le cuesta mucho movilizarse; no forma parte de su
genética. Con votar, ya sería suficiente… Tantos años escudándose en la
Diputación, primero, y en el Gobierno de Navarra, después, se han perdido
reflejos, músculo y ganas; conformando un estilo escasamente reivindicativo,
salvo en el característico tono quejica mediterráneo de tantos hogares, barras
de bar y clubs sociales.
Aun conservando el poder
político formalmente, el centro-derecha, con el concurso, en uno u otro modo,
de un socialismo histórico en profundísima crisis de identidad, los activistas
culturales radical-progresistas-separatistas –y sus crecientes entornos de
apoyo- conquistaban posiciones de poder en el tejido social a lo largo de
décadas: tanto en lo público, como en lo privado. Ello también en pleno
franquismo… impulsando un acelerado cambio mental, antropológico y de
costumbres. Mientras tanto, el terrorismo separatista destrozaba muchas vidas y
familias, imponiendo la “ley del silencio”; afianzándose esos comportamientos
conformistas que dejan todo para última hora.
Llegó el momento de
recoger las nueces y el resultado es de sobras conocido: desalojo de UPN de
buena parte de las instituciones y una enorme pérdida de poder real, así como
la marginación política del PSN-PSOE; lo que se pretende afianzar
definitivamente mediante esa potentísima batería de medidas legislativas,
simbólicas, sociales, publicitarias, educativas, etc., que viene abrumando a
tantos navarros… y desbordando a los partidos opositores. Una situación
impensable –insistiremos- de no haber mediado previamente un profundo cambio
cultural en la sociedad navarra; circunstancia que o bien se niega o se
aminora. Pero también han contribuido a allanar esta coyuntura las prácticas
partitocráticas y oligárquicas que han desnaturalizado las instituciones y
desengañado a tantos ciudadanos.
La manifestación
convocada para el 3 de junio era necesaria, pero no es suficiente.
Sea un éxito o un
relativo fracaso en cuestión de números –que nadie espere milagros- hay que
pensar en el día siguiente; pues no basta con una manifestación aislada y esperar
otros 10 años para volver a salir a la calle.
La calle es importante, pero
también lo es la articulación y salud de la sociedad civil y sus agrupaciones;
unos partidos políticos revigorizados, saneados, audaces y con ganas de
trabajar (hacia dentro, hacia la calle y hacia las instituciones).
Hay más asociaciones
trabajando que hace dos años, se viene afirmando. Es cierto. Pero hacen falta
muchas más: especializadas, estables, nutridas, autofinanciadas, con voluntad
de continuidad incluso en el hipotético caso de que un día se recuperaran
espacios de poder. Unas entidades en las que el sentido de lo colectivo y la
perspectiva a largo plazo prevalezcan sobre el interés en corto y el ánimo
crematístico. Sin espíritu de secta. Que identifiquen y desprecien las “soluciones
mágicas” y los atajos inexistentes.
Cada uno desde su lugar,
con sus experiencias, conocimientos y capacidades; con su conciencia del límite
y su generosidad. Sin arrogarse papeles ajenos; sin vivir de un pasado que
jamás regresará…
Desde la red ciudadana
Navarra Resiste seguiremos trabajando a nuestro estilo: la presencia en la
calle, en redes sociales, la opinión pública. Y acudiremos cuando se nos
convoque, desde nuestra libertad e independencia.
Es la vía: menos postureo
y más trabajo social, cultural y político callado con la mirada puesta en las
siguientes generaciones de navarros.
Sila Félix
Eres libre de publicar tus ideas. Pero por favor no firmes cómo Sila Felix. Que por cierto se llamaba Lució Cornelio. Yo Ignacio Félix. Una mera coincidencia.
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