Pamplona es, acaso, una
de las ciudades españolas con mayor número de entidades que trasladan la
cultura a la calle y a la vida. Y viceversa. Lo de la “cultura popular” nos
gusta, lo entendemos y se ha cultivado desde finales del XIX.
Ya en sus orígenes, haciendo
un poquico de historia, las mismísimas peñas pamplonicas, de finalidad
sanferminera más que nada, mantenían a lo largo del año cierta dinámica
comunitaria; traducida en obras benéficas, ciclos culturales, secciones
montañeras o actividades deportivas. Con la evolución del estilo de vida
urbano, y los avances tecnológicos, fueron reduciendo su espacio primigenio a
la animación festiva; pero sin renunciar por completo a su expresión
identitaria y comunitaria. Ahí siguen…
Entidades culturales hay
muchas, y de muy variado calado. Sin duda, la mayor, la más arraigada, acaso la
más discutida, es la Universidad de Navarra; una formidable y admirable empresa
privada, espiritual, ideológica y cultural; formadora de voluntades y espíritus
desde la concepción inicial de su fundador San Josemaría Escrivá de Balaguer y
Albás. Buena parte de la sociedad navarra entendió -cuando la Iglesia
convulsionaba a resultas del Vaticano II, y el mundo evolucionaba a una rapidez
inimaginable- que podía delegar en esta institución y sus emanaciones, la
educación humana, cultural y científica de sus nuevas generaciones. Y era un
planteamiento pragmático y lógico; pero, desde una perspectiva metapolítica,
insuficiente; no en vano mantiene una “agenda” propia.
Otras muchas entidades
vienen colocando la cultura en el centro de sus anhelos: tantísimas realidades
nacidas de la experiencia y la doctrina social católica, hoy en casi total
desbandada; numerosas asociaciones musicales de todo tipo (jotas, ópera, música
clásica, bandas de pueblo…); la peña Pregón, por mencionar una realidad todavía
viva; el plural y atípico Ateneo Navarro; los casinos de Pamplona y principales
pueblos; los extintos círculos carlistas; las “casas del pueblo” en sus dos
etapas históricas… La lista es enorme. Pero que nadie se dé por ofendido, por
favor, si no se ve reflejado en tan apretada relación.
Pero en Navarra concurre
una circunstancia que no existe en buena parte de la Europa democrática: la
irrupción y permanente ofensiva de un partido-movimiento de carácter
totalitario e identitario; el panvasquismo separatista. Y sus aliados
ocasionales (Podemos), o afines y virtuales competidores (PNV y Geroa Bai).
Desde Antonio Gramsci la
cultura se ha convertido en una herramienta de combate al servicio de las “alternativas
de progreso”. Para los marxistas “clásicos” la cultura era concebida como un
instrumento de dominación al servicio de los poderosos: las iglesias la
aristocracia, la alta burguesía, los militares profesionales... Desde Gramsci
se inicia el desplazamiento del papel del proletariado, como vanguardia
histórica de la utópica y futura nueva sociedad sin clases, hacia el “intelectual
orgánico”; nuevo héroe y ariete transformador de costumbres y mentalidades,
quien imaginará y producirá los cambios culturales y sociales subsiguientes que
allanarían la revolución. Pero no se trata de intelectuales aislados, esnobs
encerrados en torres de marfil, sino de hombres de teoría y acción en directa
relación con los “movimientos emancipadores” operativos en la sociedad, al
servicio del pueblo; además de una aburguesada clase obrera en retroceso y
deriva populista hoy.
Estos intelectuales han
“colonizado”, especialmente desde el Mayo del 68 y la eclosión de los campus
californianos, las universidades, los
medios de comunicación y muchos organismos populares; también a los
enriquecidos filántropos de nuevo cuño y alcance planetario. En España, en buena
parte del mundo… en Navarra. Y siguen en ello con nuevos y originales
instrumentos.
Decíamos antes que
Pamplona es pionera en trabajo cultural. Igualmente desde el campo panvasquista
y radical-progresista: recordemos IPES, los grupos del entorno de Batzarre en
Navarrería, las librerías Elkar, el fenómeno Katakrak… y Euskokultur Mintegia
(EM). Pero hay más.
Centrémonos en EM. Situado
en la pamplonica Travesía de las Huertas 2 bajo, EM es un local multiservicios
concebido a modo empresarial. Se comparten medios materiales y humanos, se
elaboran sinergias, se facilita el contacto cotidiano de activistas y proyectos
en unos locales amplios, con sala de conferencias, de trabajo, etc.
Oficialmente es la sede de la Fundación Euskokultur, pero acoge media docena de
entidades panvasquistas cuya laboral en la cultura es muy plural: las danzas y
el folklore, los cursos universitarios de verano, los medios de comunicación…
Cada entidad tiene su propia naturaleza jurídica, su liderazgo, su base social
cotizante, su propia vida y sus propios ingresos. No obstante, es la mencionada
fundación la que proporciona el “paraguas” operativo, legal y administrativo;
de hecho en su web se afirma que «Para la consecución de esos objetivos
[producción y transmisión cultural, investigación, actividades, recopilación
tradiciones], establece acuerdos y convenios de colaboración con otras
entidades, tanto de la administración, como privadas, colectivas o
particulares, siempre que sus fines y los de la Fundación sean coincidentes».
El afirmar, a modo de
explicación y crítica simplista, que son entidades “subvencionados”, no agota,
para nada, este fenómeno tan interesante como puntero.
Pero, nos preguntamos, lo
que es en el sector navarrista, ¿hay algo parecido? Es más, ¿se entiende? ¿Se contempla
como una necesidad?
El navarrismo es ante
todo un sentimiento. Y una cultura. Y una gloriosa historia. Guste o no guste:
una identidad. Pero, como toda cultura, debe tener “carne” y vida para ser cognoscible
y poder ser transmitida a las nuevas generaciones de navarros.
Espíritu y ganas para
“trabajar” y “vivir” la cultura existen: no hay más que recordar el espectáculo
de la manifestación del 3 de junio en defensa de la bandera de Navarra que
sobrepasó las expectativas más optimistas y rompió, por una vez, la iniciativa estratégica
que mantiene el cuatripartito en la vida pública de Navarra. Pero no bastan las
buenas intenciones. Ni limitarse a leer “buenos libros” (estamos de luto:
cierran las librerías Gómez “las de toda la vida”…). Ni sirven los proyectos
elitistas basados en un puntual voluntarismo o un análisis erróneo de la
realidad.
El navarrismo precisa de
cauces estables, operativos, con perspectiva de futuro. Especializados,
autónomos, sostenibles y autofinanciados. Que reflexionen y se mueven con una
perspectiva táctica, pero una mirada estratégica.
Existen iniciativas en
marcha. Y en los dos últimos años, han surgido otras. Pero deben aumentar en
número, en apoyos y en vida propia. Para proyectarse en la sociedad y en el
futuro.
El navarrismo es un
sentimiento. Y una historia. Y una cultura. Vale, de acuerdo. Pero, o es vivido
de manera cotidiana, con sus convocatorias, sus mitos, su tejido comunitario,
su producción y reproducción cultural y humana, o, como todo sentimiento, está
al albur del voluntarismo y de los acontecimientos. Es más: estamos en un
momento particularmente crítico, pues cedidas sus celebraciones y buena parte
de su dinámica a los poderes públicos en las décadas anteriores, éstos,
lógicamente, lo están desnaturalizando y desviando al servicio del
panvasquismo. Hay que recuperar Navarra, ¿quién lo dijo primero?
¿Qué otras cualidades
debiera tener ese navarrismo del siglo XXI? Pues ser operativo e independiente
de los poderes públicos. Y que el Fuero, como objetivo mediato y final, llegue
a significar algo concreto y actual a las nuevas generaciones; también a los
navarros de procedencia foránea y provistas de una potente carga identitaria
(eslavos, hispanos…).
El navarrismo es popular
y transversal; mal que les pese a los separatistas panvasquistas. Ahí radica su
fuerza y potencial. Por lo que respecta a los partidos políticos del área,
éstos deben cumplir su papel, pero no deben arrogarse otros; al contrario,
deben facilitar que la “vida” surja y arraigue.
Euskokultur Mintegia es
un buen ejemplo de trabajo metapolítico, o prepolítico, según se mire. Un
modelo, entre otros, que puede servir de espejo en el que relanzar, retomar o
plantear iniciativas culturales desde el navarrismo.
No es la fórmula mágica,
ni el atajo seguro, pues no hay recetas seguras en el abordaje del futuro. Pero
es un modelo plausible de trabajo desde la que partir y avanzar. Hay otras.
Pero ya se sabe: a dónde nada conduce es el inmovilismo, de modo que “a Dios
rogando y con el mazo dando”.
Sila Félix
¡Qué cierto! Hacen falta todo tipo sociedades, think tanks... navarristas para contraatacar al invasivo imperialismo vasco.
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