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lunes, 12 de junio de 2017

La batalla de la cultura


Pamplona es, acaso, una de las ciudades españolas con mayor número de entidades que trasladan la cultura a la calle y a la vida. Y viceversa. Lo de la “cultura popular” nos gusta, lo entendemos y se ha cultivado desde finales del XIX.

Ya en sus orígenes, haciendo un poquico de historia, las mismísimas peñas pamplonicas, de finalidad sanferminera más que nada, mantenían a lo largo del año cierta dinámica comunitaria; traducida en obras benéficas, ciclos culturales, secciones montañeras o actividades deportivas. Con la evolución del estilo de vida urbano, y los avances tecnológicos, fueron reduciendo su espacio primigenio a la animación festiva; pero sin renunciar por completo a su expresión identitaria y comunitaria. Ahí siguen…

Entidades culturales hay muchas, y de muy variado calado. Sin duda, la mayor, la más arraigada, acaso la más discutida, es la Universidad de Navarra; una formidable y admirable empresa privada, espiritual, ideológica y cultural; formadora de voluntades y espíritus desde la concepción inicial de su fundador San Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás. Buena parte de la sociedad navarra entendió -cuando la Iglesia convulsionaba a resultas del Vaticano II, y el mundo evolucionaba a una rapidez inimaginable- que podía delegar en esta institución y sus emanaciones, la educación humana, cultural y científica de sus nuevas generaciones. Y era un planteamiento pragmático y lógico; pero, desde una perspectiva metapolítica, insuficiente; no en vano mantiene una “agenda” propia.

Otras muchas entidades vienen colocando la cultura en el centro de sus anhelos: tantísimas realidades nacidas de la experiencia y la doctrina social católica, hoy en casi total desbandada; numerosas asociaciones musicales de todo tipo (jotas, ópera, música clásica, bandas de pueblo…); la peña Pregón, por mencionar una realidad todavía viva; el plural y atípico Ateneo Navarro; los casinos de Pamplona y principales pueblos; los extintos círculos carlistas; las “casas del pueblo” en sus dos etapas históricas… La lista es enorme. Pero que nadie se dé por ofendido, por favor, si no se ve reflejado en tan apretada relación.

Pero en Navarra concurre una circunstancia que no existe en buena parte de la Europa democrática: la irrupción y permanente ofensiva de un partido-movimiento de carácter totalitario e identitario; el panvasquismo separatista. Y sus aliados ocasionales (Podemos), o afines y virtuales competidores (PNV y Geroa Bai).

Desde Antonio Gramsci la cultura se ha convertido en una herramienta de combate al servicio de las “alternativas de progreso”. Para los marxistas “clásicos” la cultura era concebida como un instrumento de dominación al servicio de los poderosos: las iglesias la aristocracia, la alta burguesía, los militares profesionales... Desde Gramsci se inicia el desplazamiento del papel del proletariado, como vanguardia histórica de la utópica y futura nueva sociedad sin clases, hacia el “intelectual orgánico”; nuevo héroe y ariete transformador de costumbres y mentalidades, quien imaginará y producirá los cambios culturales y sociales subsiguientes que allanarían la revolución. Pero no se trata de intelectuales aislados, esnobs encerrados en torres de marfil, sino de hombres de teoría y acción en directa relación con los “movimientos emancipadores” operativos en la sociedad, al servicio del pueblo; además de una aburguesada clase obrera en retroceso y deriva populista hoy.

Estos intelectuales han “colonizado”, especialmente desde el Mayo del 68 y la eclosión de los campus californianos,  las universidades, los medios de comunicación y muchos organismos populares; también a los enriquecidos filántropos de nuevo cuño y alcance planetario. En España, en buena parte del mundo… en Navarra. Y siguen en ello con nuevos y originales instrumentos.

Decíamos antes que Pamplona es pionera en trabajo cultural. Igualmente desde el campo panvasquista y radical-progresista: recordemos IPES, los grupos del entorno de Batzarre en Navarrería, las librerías Elkar, el fenómeno Katakrak… y Euskokultur Mintegia (EM). Pero hay más.


Centrémonos en EM. Situado en la pamplonica Travesía de las Huertas 2 bajo, EM es un local multiservicios concebido a modo empresarial. Se comparten medios materiales y humanos, se elaboran sinergias, se facilita el contacto cotidiano de activistas y proyectos en unos locales amplios, con sala de conferencias, de trabajo, etc. Oficialmente es la sede de la Fundación Euskokultur, pero acoge media docena de entidades panvasquistas cuya laboral en la cultura es muy plural: las danzas y el folklore, los cursos universitarios de verano, los medios de comunicación… Cada entidad tiene su propia naturaleza jurídica, su liderazgo, su base social cotizante, su propia vida y sus propios ingresos. No obstante, es la mencionada fundación la que proporciona el “paraguas” operativo, legal y administrativo; de hecho en su web se afirma que «Para la consecución de esos objetivos [producción y transmisión cultural, investigación, actividades, recopilación tradiciones], establece acuerdos y convenios de colaboración con otras entidades, tanto de la administración, como privadas, colectivas o particulares, siempre que sus fines y los de la Fundación sean coincidentes».

El afirmar, a modo de explicación y crítica simplista, que son entidades “subvencionados”, no agota, para nada, este fenómeno tan interesante como puntero.

Pero, nos preguntamos, lo que es en el sector navarrista, ¿hay algo parecido? Es más, ¿se entiende? ¿Se contempla como una necesidad?

El navarrismo es ante todo un sentimiento. Y una cultura. Y una gloriosa historia. Guste o no guste: una identidad. Pero, como toda cultura, debe tener “carne” y vida para ser cognoscible y poder ser transmitida a las nuevas generaciones de navarros.

Espíritu y ganas para “trabajar” y “vivir” la cultura existen: no hay más que recordar el espectáculo de la manifestación del 3 de junio en defensa de la bandera de Navarra que sobrepasó las expectativas más optimistas y rompió, por una vez, la iniciativa estratégica que mantiene el cuatripartito en la vida pública de Navarra. Pero no bastan las buenas intenciones. Ni limitarse a leer “buenos libros” (estamos de luto: cierran las librerías Gómez “las de toda la vida”…). Ni sirven los proyectos elitistas basados en un puntual voluntarismo o un análisis erróneo de la realidad.

El navarrismo precisa de cauces estables, operativos, con perspectiva de futuro. Especializados, autónomos, sostenibles y autofinanciados. Que reflexionen y se mueven con una perspectiva táctica, pero una mirada estratégica.

Existen iniciativas en marcha. Y en los dos últimos años, han surgido otras. Pero deben aumentar en número, en apoyos y en vida propia. Para proyectarse en la sociedad y en el futuro.

El navarrismo es un sentimiento. Y una historia. Y una cultura. Vale, de acuerdo. Pero, o es vivido de manera cotidiana, con sus convocatorias, sus mitos, su tejido comunitario, su producción y reproducción cultural y humana, o, como todo sentimiento, está al albur del voluntarismo y de los acontecimientos. Es más: estamos en un momento particularmente crítico, pues cedidas sus celebraciones y buena parte de su dinámica a los poderes públicos en las décadas anteriores, éstos, lógicamente, lo están desnaturalizando y desviando al servicio del panvasquismo. Hay que recuperar Navarra, ¿quién lo dijo primero?

¿Qué otras cualidades debiera tener ese navarrismo del siglo XXI? Pues ser operativo e independiente de los poderes públicos. Y que el Fuero, como objetivo mediato y final, llegue a significar algo concreto y actual a las nuevas generaciones; también a los navarros de procedencia foránea y provistas de una potente carga identitaria (eslavos, hispanos…).

El navarrismo es popular y transversal; mal que les pese a los separatistas panvasquistas. Ahí radica su fuerza y potencial. Por lo que respecta a los partidos políticos del área, éstos deben cumplir su papel, pero no deben arrogarse otros; al contrario, deben facilitar que la “vida” surja y arraigue.

Euskokultur Mintegia es un buen ejemplo de trabajo metapolítico, o prepolítico, según se mire. Un modelo, entre otros, que puede servir de espejo en el que relanzar, retomar o plantear iniciativas culturales desde el navarrismo.

No es la fórmula mágica, ni el atajo seguro, pues no hay recetas seguras en el abordaje del futuro. Pero es un modelo plausible de trabajo desde la que partir y avanzar. Hay otras. Pero ya se sabe: a dónde nada conduce es el inmovilismo, de modo que “a Dios rogando y con el mazo dando”.

Sila Félix

1 comentario:

  1. ¡Qué cierto! Hacen falta todo tipo sociedades, think tanks... navarristas para contraatacar al invasivo imperialismo vasco.

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