En este blog venimos dedicando
no pocos artículos y comentarios a las tácticas, estrategia y naturaleza de la
autodenominada izquierda abertzale. Y no podía ser de otra manera, no en vano
la trayectoria histórica de Navarra y del resto de España viene siendo
impugnada brutalmente -y sin descanso- desde todas las estructuras operativas del
entramado político-social liderado, durante décadas, por la organización
terrorista ETA; cuyos efectos perversos seguimos padeciendo en diversos órdenes
de la vida personal, familiar y social.
Tal vez por ello, en
alguna ocasión se nos ha señalado –con cierto aire de reproche- que únicamente
destacaríamos los logros del separatismo; a la vez que se nos recomendaba que, en
lo que respecta a las miserias próximas, mejor lavarlas en casa. Es una opinión
respetable; pero que no compartimos desde el ejercicio personal y colectivo de
la libertad y la crítica constructiva. De hecho, tal labor analítica la
desarrollamos por obligación; ojalá no hubiera necesidad de ella. Pero al
adversario, mejor conocerlo que despreciarlo.
Uno de los enormes logros
del voluntarismo abertzale ha sido la creación de una auténtica contra-sociedad
en la que puede vivirse veinticuatro horas al día, siete días a la semana, en
clave propia: diversión, afectos, movilización, gastronomía, lecturas, mitos…
comunidad e idioma. La estimulante “construcción nacional” desde la base. Pero
tal constructo no implica que siempre acierten con sus decisiones políticas; es
más, en ocasiones alcanzan el ridículo. Incluso partiendo desde la violencia.
Nos referimos a los seudoreferéndums
desarrollados en 24 localidades navarras el pasado domingo 18 de junio.
Convocadas por una de
tantas estructuras movilizadoras de la izquierda abertzale -Gure Esku Dago-,
votaron 7.781 personas de un total de 27.095 en 24 municipios del norte de
Navarra (Leiza, Vera de Bidasoa, Lesaca, Alsasua, Goizueta…). La participación
fue de un escaso 28,73%. Y de ese reducido porcentaje, su inmensa mayoría, un
95,8%, fue favorable al “ejercicio del derecho a decidir” y a “ser consultados
sobre el estatus político en toda Euskadi”. Es decir: se declararon partidarios
de la integración de Navarra- sin más adjetivos, eufemismos, ni disimulos- en
Euskadi.
Pero no se trata de una
farsa aislada, no en vano se vienen realizando “consultas” similares en
diversas localidades vascongadas con anterioridad; habiendo votado ya unas
150.000 personas. El suelo/techo de la izquierda abertzale, según se vea.
Tan escasos resultados
fueron valorados, desde Gure Esku Dago del siguiente modo: “Después de un largo
proceso, hemos tomado la palabra sobre nuestro futuro político, y esa puerta la
hemos abierto nosotros y nosotras, haciendo uso de los derechos que nos asisten,
mediante un proceso estricto y enriquecedor”. Una bonita manera de decir “no ha
sido ningún exitazo, pero lo hemos hecho, nadie lo ha impedido y no ha pasado
nada”, de modo que “si lo queremos, y más grande, podremos hacerlo”.
Las arriba mencionadas
son unas localidades navarras en las que la izquierda abertzale campa a sus
anchas: instala ikurriñas en los ayuntamientos y en cualquier otro espacio
público desde hace años, maltrata a agentes de las fuerzas del orden público si
se da la ocasión, controla toda la simbología visible, se ejercita un
vigilantismo social que todo lo sabe y ve, no permite disidencia alguna… Una
fisonomía, en general, que se asemeja más al Goyerri guipuzcoano –el
sancta-sanctórum de ETA en el que perpetró una “limpieza ideológica” sin
parangón en Europa occidental en tiempos recientes-, que a cualquier otro
entorno navarro. Un experimento de laboratorio, en suma, del “paraíso”
panvasquista incrustado en territorio foral. Pues a pesar de todo ello –partiendo
de tamaña base operativa y semejante estado de ánimo generalizado- únicamente
votó una cuarta parte de los convocados. Un fracaso, se mire como se mire; así
que la voluntad no siempre consigue lo que se pretende desde el frío cálculo
ideológico.
Seguramente, con el día
tan bueno que hizo, muchos posibles votantes se fueron de playa a las Gemelas
en Hendaya, o subieron en tren al monte La Rhune, o estuvieron de compras en
San Juan de Luz, o de potes por lo viejo de San Sebastián y Fuenterrabía. Es
comprensible: al igual que hicieron sus vecinos guipuzcoanos.
Tan famélico resultado
numérico, que no hay que despreciar, desvela la fortaleza, pero también la
debilidad, del movimiento abertzale.
Su fuerza: el
voluntarismo de sus decenas de miles de adictos con espíritu de secta, su
capacidad de trabajo a largo plazo, su movilización permanente, su imaginación
táctica. Su debilidad: la libertad humana necesita espacio y ejercitarse; de lo
contrario, las personas sufren y el malestar se instala en la sociedad,
haciéndose el aire irrespirable. La prueba de ello es que sus cálculos no han
sido realistas: esos 7.781 votos apenas son una fachada refrendaria; una
mascarada por completo oportunista. En suma, una imposición artificial y ajena
al ritmo de la ciudadanía en su conjunto. Lo cierto es que la izquierda
abertzale no cree en el pueblo: lo manipula y si no responde “adecuadamente” a
sus estímulos, lo violenta. Que sus amigos asesinaran a decenas de ciudadanos
navarros, quienes no pensaban como ellos, no fue un accidente histórico: fue el
resultado de una decisión colectiva de raíces políticas.
Es admirable,
materialmente hablando, que sean capaces de organizar semejante despliegue,
movilizar cientos de voluntarios, implicar a dos decenas de administraciones
locales, conseguir que una cuarta parte de los votantes sigan el dictado del
soviet eusko-nazi. Pero el esfuerzo no les ha garantizado el triunfo parcial,
ni predetermina el éxito final.
Ello no quiere decir que
se deban ignorar episodios como el anterior; es más, hay que valorarlos
adecuadamente y sacar las conclusiones pertinentes. Para después, obrar en
consecuencia.
El Gobierno de Barkos
miente cuando afirma que no quiere imponer la ikurriña. Miente cuando asegura
que Navarra tiene garantizada su continuidad e integridad. Sus actos desvelan
sus pensamientos y su corazón: los tienen puestos en la Euskadi de sus sueños y
pesadillas.
El fruto de tales
mentiras es una Navarra fracturada, dividida, mermada. En consecuencia, al
pueblo navarro le corresponde deshacerse de quienes tratan de imponerle una
“agenda” totalitaria cargada de violencias de todo tipo. Hagamos memoria y
recordemos siempre: el nacionalismo panvasquista es, antes que nada, violencia.
Sila Félix
No deberíais usar el término "panvasquista", porque significa "de todos los vascos", y eso implica que los navarros somos vascos también. Es mejor decir "imperialista vasco", "anexionista vasco"...
ResponderEliminar¡LOS NAVARROS NO SOMOS VASCOS!
Desde el respeto, discrepo. Es panvasquismo, pues pretenden agrupar a "todo lo vasco", lo sea o no, dentro de una ficción política voluntarista. Además, panvasquismo es paralelo a pangermanismo. Y ya sabemos qué hicieron con Austria. Puede ser un término políticamente discutible, pero no pedagógicamente hablando.
ResponderEliminarO sea que estamos reconociendo que somos parte de lo vasco, a pesar de no querer la ikurriña.
ResponderEliminarNo todos los de La Montaña se sienten vascos o vasconavarros. Algunos se sienten montañeses a secas. Además hay que contar con el sentimiento navarroaragonés que también existe y suele ser más abundante en La Ribera. Los sentimientos ribero y montañés también son sentimientos fuertes en sus respectivas áreas geográficas.
NO, el proyecto abertzale es panvasquista, pretende unir a todo lo que ellos consideran "vasco", seamos o no seamos vascos. Creo que está muy claro (tampoco es un término predilecto mío, cuestión dialéctica).
ResponderEliminarYo me siento navarro, español y heavy. Si alguna vez tuve algún sentimiento vasquista ellos lo han aniquilado.
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