En
realidad, de la que aquí vamos a hablar, no se trata de una marea negra
“normal”, la que se sufre en costas y playas de cualquier parte del mundo a
causa de un accidente petrolífero; esas contaminaciones que todo lo anegan,
cubren, deforman, destrozan… e impiden que la vida autóctona se manifieste.
Nos
referimos a la marea de la “purrusalda”, de la bicrucífera vizcaitarra, de la
ikurriña que tanta división, dolor y muerte ha traído también a Navarra. Y de
todo lo que ella conlleva.
Este
verano, cual marea negra que elimina el oxígeno vital de cualquier forma de
vida social y comunitaria sana -pues reclama su tributo de totalidad- la
ikurriña volverá a anegar Navarra. De diversas formas, por toda su geografía, en
múltiples tiempos.
En
ese espacio territorial del norte de Navarra -auténtico laboratorio social
separatista a modo de extensión del Goyerri guipuzcoano- al igual que los
veranos anteriores, con Ley y sin ella, la purrusalda permanecerá omnipresente:
en salones de ayuntamientos, en balcones municipales, en calles y casas, en
rotondas, frontones y cimas. Previa limpieza ideológica y eliminación física de
disidentes durante décadas, se experimentará lo que viene acaeciendo también verano
tras verano y en fiestas: la marea negra -tricolor en realidad- seguirá
anegándolo todo.
En
Pamplona será protagonista, de una u otra forma, como lo viene siendo desde
hace años: por la fuerza de los hechos, por una imposición violenta, en suma,
que no admite réplica alguna. En un mástil colocado a última hora en el balcón
principal de la fachada del ayuntamiento de Asirón (ese chico que no reside en
Pamplona, por cierto), cinco centímetros más largo o más corto que los
“oficiales”; da igual. O en el balcón de al lado, o en el de arriba. En decenas
de ikurriñas empuñadas con ferocidad identitaria en la plaza del ayuntamiento,
al mediodía del día 6 de julio, por energúmenos drogados con alucinógenos
dialécticos… y de los otros. En gigantescas ikurriñas, acaso, colgadas entre
edificios de la plaza consistorial, para que resulte inevitable no retransmitir
-desde tantas cadenas televisivas desplazadas con ocasión del universal evento-
que los violentos persisten en deformar y “dominar” la fiesta.
En
el resto de Navarra viviremos escenas parecidas: más ikurriñas en el
ayuntamiento de Tafalla y en el de Cortes. Grupos de danzas luciendo sin pudor,
ni memoria, los colores vizcaitarras en cualquier espacio pagado con los
dineros de todos. Cuadrillas engreídas con sus pegatinas en pecho o pañuelo a
favor de los “presos” (¿orgullo por unos asesinos cobardes, despiadados y sin
corazón?) de tal o cual barrio de Pamplona, o de donde sea que fueren. Las
txosnas guarras con rock atronador e irrintzis de guerra. Las pancartas
antiestéticas y agresivas.
No
importa: ya estamos habituados. Resignados. Llevamos años aguantando, mirando
hacia otro lado, al suelo, o al cielo. Para, después, comprobar que ahí siguen:
“jaiak eta borroka”. Efectivamente: una Navarra descansa, bosteza, dormita, disimula,
mientras otra persiste en su eterna campaña militante. Años llevamos escuchando
el “voló, voló, Carrero, voló…”, o “en Euskadi se prepara, pim, pam, pum, la
revolución”, o “vamos a quemar el Opus Dei…”. Y sus chulerías, y su control del
espacio público, y su intolerancia, y sus violencias, y sus heterofobias. Pero,
realmente, nada nuevo bajo el sol.
La
gente normal no quiere violencia. La gente normal quiere vivir, disfrutar,
distraerse, descansar. Los totalitarios panvasquistas, los separatistas, los
amigos del “Ortega Lara vuelve a la cárcel”, los graciosillos del “después de
la borrachera viene la resaca”, las gentuzas del “algo habrá hecho”, seguirán
con su programa, su prepotencia, su violencia. Su hipermilitancia y su
“vigilantismo social”.
Pero
algo ha cambiado en estos meses.
El
pasado 3 de junio muchos miles de personas “normales” salimos a las calles de
Pamplona para exigir poder seguir viviendo conforme nuestro estilo de vida: sin
presiones terroristas, sin apremios desde el cuatripartito, sin amenazas y
señalamientos desde el Menticias, sin necesidad de largarnos de nuestra tierra
por imposición expresa o tácita del lobby euskonazi/guipuchi.
Algo
se mueve en la sociedad civil navarra. Y ese “algo” lo ha hecho por iniciativa
propia, tomando la delantera a partidos y grupos que creían ser la élite
anticipadora del pueblo navarro.
Este
verano, materialmente hablando, será parecido a los anteriores. Para escándalo
de foráneos que, una vez aquí, no entenderán nada. Para resignación de los
autóctonos que no se han plegado a los imperativos de las violencias abertzales
y sus compañeros de viaje. Será parecido en formas y escenas ya vividas muchas
veces; acaso más cañero, o un poquito menos, según conveniencias cortoplacistas
de Barkos y los suyos. Pero, por parecido, no será igual. Todos tendremos, en
las retinas, las imágenes de un 3 de junio en que un pueblo se movilizó frente
al poder constituido de hoy –un nuevo régimen- y por delante de unas élites
acobardadas por excesos de prudencia o
salvaguardia de exclusivos intereses. Y por todo ello sabemos que el futuro no
está escrito. Y que las cosas pueden empezar a cambiar.
Que ya no nos tragamos
que la Barkos y sus amigos guipuchis sean la honestidad en cuerpo y alma. Ni su
gobierno, el paraíso terrenal de leche y miel que nos prometieron. Ya sabemos
que si no tenemos el EGA somos ciudadanos de segunda. También sabemos que,
además de la corrupción material propia de una oligarquía partitocrática muy
parecida independientemente de su color, existe otra corrupción moral que lo
pudre todo: con sus mentiras, violencias e imposturas. Como sabemos que Koldo
tiene un pasado del que no puede sentirse orgulloso. Y que el barómetro de
euskorrupción (http://www.navarraresiste.com/2017/06/pamplona-la-empresa-de-armando-cuenca.html)
sigue sumando...
Es lo que sucede, antes o después, con los programas
totalitarios y sus actores políticos: sus hechos también hablan por ellos. Con
palabras y con violencias. Pues violencia es establecer una doble ciudadanía de
hecho. Violencia en señalar a los disidentes. Violencia es perseguir cualquier
símbolo –pegatina, bandera o pancarta- disidente con el “oficialismo”
guipuchi/napartarra/panvasquista. Violencia es reinventar la Historia.
Violencia es fracturar las familias y la sociedad. Violencia es vampirizar las
mentes con espíritu y técnicas de secta.
Hay
una Navarra que dormita, descansa y bosteza: está en su derecho. Otros se
agitan y agreden desde la violencia moral y física. Pero hay razones para la
esperanza.
De
todo lo expuesto, único es el camino a seguir: comprometerse, organizarse y
trabajar. No hay atajos ni soluciones mágicas. Ni nadie vendrá a salvarnos. Hoy
día, trabajo cultural, social y político, son esperanza.
Verano
de descanso, verano de pasión, verano para la decisión.
Sila Félix
¡No a la icujiña! No es nuestra bandera, sino de los robasetas.
ResponderEliminarHace falta incluir en la memoria histórica los actos de ETA y su mundo que sigue muy presente en todas partes (euscalteguis AEK, gazteches, Herrico Tabernas, sindicatos LAB, Icasle Aberchaleac, EHNE..., Ernay, Bildu, Ascapena, periódicos Berría y Gara...) y sin condenar su pasado. Hay que encontrar un jues con agallas que ilegalice ese mundo porque ETA no ha desaparecido, y aunque lo haga no condenan su pasado con claridad. Necesitan un tribunal como Nuremberg para los nazis.
Ser abertzale no es ser proetarra
EliminarPero prefiero ser como tu dices un proetarra a ser un patriota como tu y escribir igual de mal
Doble 12 Jurídica ha denunciado la ikurriña que ha colocado Asirón y sus chicos en el ayuntamiento con motivo del chupinazo. Algo es algo.
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