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lunes, 18 de septiembre de 2017

Los yihadistas takfires, gracias al euskogobierno, seguirán entre nosotros


El pleno del Parlamento de Navarra debatió el pasado jueves 14 de septiembre  una moción de UPN en apoyo al pacto antiyihadista, suscrito en febrero de 2015 en Madrid y al que se sumaron -en los meses siguientes- la mayoría de fuerzas políticas de representación nacional y autonómica, al objeto de «afianzar la unidad en defensa de las libertades y en la lucha contra el terrorismo». Dicha moción, apoyada por UPN, PPN y PSN-PSOE, fue rechazada por el cuatripartito; de modo que no prosperó.

La propuesta contemplaba diversas medidas de carácter policial y penal. Pero desde el cuatripartito se consideraron otros factores en su unánime rechazo.

José Miguel Nuin, por I-E, alegó que no se contemplaba la problemática de sus fuentes de financiación e implicaciones de política internacional.

El podemita Mikel Buil explicaba, por su parte, que un endurecimiento de las penas no puede disuadir a unos hipotéticos terroristas suicidas ya decididos.

Koldo Martínez, por Geroa Bai, alegó que «la seguridad total es un mito». No en vano, quien nunca se ha visto en el punto de mira del terrorismo practicado por sus correligionarios, al contrario que muchos navarros, puede llegar a sentirse invulnerable en otras circunstancias análogas.

Por último, Bakartxo Ruiz (EH Bildu) aseguró que su formación no daría un cheque en blanco al Estado para que éste, con la excusa del terrorismo, recortara las libertades. En definitiva: el habitual repertorio radical-progresista de sofismas cuyos efectos reales, más allá del guay postureo de sus voceros, son la parálisis y la indefensión de toda una sociedad. En este caso, la navarra.

Y decimos parálisis, pues algo más que buenas intenciones y retorcidos argumentos se precisan para afrontar un terrorismo casi invisible y difuso, pero muy real, como es el yihadista.

Es evidente que calificar al terrorismo de matriz radical-islamista como yihadista no gusta a muchos musulmanes; ni tampoco a ciertos analistas y periodistas.

Desde esta perspectiva, la “yihad”, ya entendida como ascesis personal, ya como guerra -defensiva u ofensiva siempre “santa”- serían actitudes totalmente justificadas y legítimas desde la teología musulmana y el “buenismo” occidental. Por ello, la mera asociación de los conceptos terrorismo y yihadismo implicaría una contaminación despectiva y propagandística cuya pretensión última no sería otra que la devaluación y estigmatización del islam en general.

Tal vez por ello, algunos de tales analistas, así como desde el mundo musulmán, especialmente el chií, a tan extensa variedad de terroristas se le denomina takfir.

Así, sin ir más lejos, recordemos que al fallecido imán de Ripoll, muerto en la explosión de Alcanar, se le calificó, así como a sus jóvenes reclutas, como takfires (http://www.diariosur.es/nacional/doble-vida-soldados-20170826000832-ntvo.html).

Pero, ¿qué significa “takfir”? ¿De dónde viene tal término? ¿A qué realidad musulmana se remite?

Para entender este fenómeno debemos remontarnos a los Hermanos Musulmanes, acaso la organización islamista internacional más conocida hasta la aparición de Al Qaeda y su escisión de Estado Islámico.

Nacida en Egipto, del genio de Hassan Al Banna hace casi 90 años, como fruto del movimiento reformista musulmán, sigue siendo una de las organizaciones sunitas islamistas más relevantes hoy día: en el poder en Palestina de la mano del partido político Hamás; habiendo alcanzado una potente presencia parlamentaria y social en Jordania; desalojada violentamente del poder en su patria natal; realizando una potente labor proselitista especialmente en el norte de África, Oriente Medio y Europa. 

En su seno se fue configurando una tendencia, posteriormente por completo desgajada, mucho más radical: Takfir Wal Hijra (traducido como Excomunión -o Anatema- y Exilio), fundada hacia 1969 de la mano del ingeniero egipcio Choukri Ahmed Mustapha; uno de tantos discípulos radicales de Sayed Qutb, el segundo líder histórico de los Hermanos Musulmanes egipcios, ejecutado en 1966 bajo el gobierno de Nasser.

Takfir Wal Hijra propone abandonar la actual sociedad impía y sustituirla por el modelo practicado hace diez siglos por los salaf (antepasados, quienes, idealizados, encarnarían el auténtico y primigenio islam). Prohíbe que sus miembros se integren en la función pública, el servicio militar o en la enseñanza pública. Tampoco participan en las mezquitas oficiales, por lo que acuden a las clandestinas en grupos de una docena como máximo de miembros, dirigidos por un emir, a fin de salvaguardar su clandestinidad. Este grupo, nacido inicialmente en Egipto, decíamos, se extendió por el norte de África y también entre las comunidades musulmanas de Europa; propiciando la creación de auténticas “islas musulmanas” que prefiguran, de alguna manera, la futura sociedad de los salaf.

Otra de sus características es la práctica de cierta “hipocresía”, justificada desde su peculiar teología, que les permite camuflarse entre las comunidades paganas, ya musulmanas, ya cristianas o ateas, al objeto de pasar desapercibidos y proseguir sus labores proselitistas. De este modo, según las circunstancias, no frecuentan las mezquitas “oficiales”, pueden lucir una cruz al cuello o tatuajes, beber alcohol, comer cerdo o salir con mujeres “cristianas”.

Destaquemos que, por su proximidad geográfica y su emigración en España, las doctrinas de Takfir Wal Hijra se encuentran en la génesis de, al menos, dos grupos terroristas marroquíes.

Asserate Al-Moustakine (el Camino Recto) perpetró hacia el año 2002 dos decenas de asesinatos sectarios, hasta su total desarticulación policial. Habría estado formado por militantes takfiros de procedencia social muy baja y escasa formación teológica, asiduos a mezquitas clandestinas de barriadas populares de las grandes ciudades marroquíes.

El segundo grupo terrorista, de credo takfir, sería el hoy día más conocido de todos ellos: el Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM), directamente implicado en los atentados de Casablanca y, presumiblemente, en los del 11-M en Madrid.

No está del todo aclarada su génesis. Para unos sería fruto de la experiencia yihadista afgana. Para otros, un producto directo, aunque acaso no orgánico, de la escuela takfir. Incluso se ha afirmado que tal grupo habría sido muy infiltrado por determinados servicios de información estatales marroquíes. En cualquier caso, se trata de la expresión más mortífera del yihadismo del país vecino; integrándose en las redes de Al Qaeda.

Richard Labévière, redactor jefe de Radio France International, afirmó en su obra La trastienda del terror (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2004), que la mayoría de implicados en los atentados del 11-M en España participaban del credo takfir. Igualmente, otros autores españoles han insistido en la importancia de este factor en la configuración del terrorismo islámico europeo: es el caso de Javier Jordán (Profetas del miedo, EUNSA, Pamplona, 2004), por citar uno.

El GICM constituyó un caso excepcional en la perversa historia del terrorismo, pues fue desarticulado completamente en Marruecos a resultas de los atentados que perpetró en Casablanca el 16 de mayo de 2003: 14 suicidas provocaron la muerte de 45 personas y heridas a más de 60 en la que fue su primera y prácticamente única acción allí consumada. Esta circunstancia, además, contribuyó a frenar el crecimiento de un ascendente Partido por la Justicia y el Desarrollo (PJD), de tendencia islamista/nacionalista/conservador; pues éste limitó, ya entonces, su presencia electoral a un tercio de circunscripciones electorales al objeto de no alarmar a los “poderes fácticos”, en un ejercicio de autocontención y realismo. Todo ello alimentó cierta leyenda en torno a su posible infiltración externa (¿servicios secretos?) de carácter provocador...

En todo caso, de la importancia táctica de la ideología takfir para el devenir del terrorismo yihadista, rindió debida cuenta -muy lejos de cualquier teoría conspirativa- el cualificado periodista navarro José María Irujo en el diario El País un ya lejano 19 de diciembre de 2005. Entonces publicó un extenso reportaje en torno a la naturaleza y presencia en España del grupo Takfir wal Hijra. A destacar del mismo su influencia en diversas mezquitas ubicadas en Barcelona y Valencia, así como su convicción, coincidente con la de Richard Labévière, de que la mayoría de los autores de los atentados del 11-M compartían tal credo. Irujo afirmaba, por último, que informes de los servicios secretos franceses, a los que había tenido acceso, definía al grupo, nada menos, que como «el núcleo logístico de la mayoría de los grupos terroristas islamistas que actúan en Europa». Y todo ello antes de la eclosión de Estado Islámico también en diversos países de Europa.

Recordemos que Navarra ya ha sido objeto de varias operaciones antiterroristas en las que fueron detenidos diversos integrantes de redes yihadistas años atrás; un paisaje al que debe sumarse la movilidad de migrantes musulmanes en nuestra tierra, su variedad étnico-cultural, la opacidad de sus comunidades y el desconocimiento generalizado del idioma árabe, bereber y urdu.

Sin duda, tan complejo panorama constituye una poliédrica constelación humana -de grupos religiosos y políticos vinculados a redes de muy diversa naturaleza, en algunos casos de inequívoca vocación terrorista- a la que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estados, los Servicios de Inteligencia y los Jueces, deberán seguir, en todo caso, muy de cerca. A pesar del cuatripartito navarro.

Sila Félix

2 comentarios:

  1. Estupendo, como la "seguridad total" no existe, no pongamos bolardos, que va a dar igual. Ni recortemos las libertades de los terroristas, que también son personas humanas.

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  2. Así es: según Koldo Martínez, un accidente doméstico es más probable sufrirlo que uno terrorista. Con genios así, para qué hacer nada.
    Pero, fuero del chascarrillo, lo que subyace es la pretensión de"desarmar" al Estado para"rearmarlo" ellos.

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