Vivimos una época convulsa –nadie lo duda, todos la experimentamos- en la que las convicciones de siempre parecen derrumbarse. Nuestra patria, España, es abordada a muerte por políticas de regate corto, con sus apremios reales y ficticios. La Europa a la que pertenecemos carece de un proyecto ilusionante. Es, el nuestro, un mundo en que se antoja difícil el reposo del ánimo y la encarnación de la esperanza. Sobreinformación, consumismo, aceleración, superficialidad… Bien puede afirmarse que son innumerables los árboles que no nos permiten ver el bosque. Precisamos, por ello, de potentes reclamos que nos devuelvan la amplitud de mirada que debe caracterizar a la persona que vive en el mundo real; más allá de lo inmediato y las apariencias.
Vivimos de certezas y proximidad: el trabajo, nuestra familia, Navarra, España... Pero necesitamos el sentido que proporciona una mirada completa desde un lugar firme.
Ayer mismo se manifestó en Barcelona, de nuevo, un pueblo que se niega a morir: fue algo hermoso y muy grande. ¿Un espejismo, tal vez? No nos engañemos: el reto secesionista persistirá durante décadas; en tanto España se desvanezca, los independentismos seguirán creciendo. Y no hay fórmulas secretas ni atajos para acallarlos: tampoco las -ya casi inmediatas- elecciones catalanas serán ocasión decisiva del imprescindible cambio en corazones e inteligencias que un proyecto sugestivo de España requiere. No en vano, muy poco, por no decir nada, presenta un etéreo “patriotismo constitucional” -cuyo himno nacional carece incluso de una letra oficial que cantar a coro- ante un separatismo que, aunque artificioso y violento, destaca cargado de mitos movilizadores, comunidades en tensión y objetivos concretos.
La crisis de Navarra, en su plano político, cultural, sociológico y humano, no es distinta a la que se sufre en el resto del continente. Así, los anhelos de los catalanes, y de cualquier otro europeo, son los nuestros: necesidad de sentido, consistencia de la identidad, exigencia de una posición firme desde la que afrontar al mundo en su rápido devenir, retos sociales e intelectuales, revolución antropológica, crisis de fe, operatividad de la tradición… Navarra, al igual que Cataluña, sufre por igual: aunque con nuestros brillos y oscuridades específicos, nuestras características propias, temperamento, circunstancias y contradicciones.
¿Qué pasa realmente? ¿Hacia dónde vamos? ¿Dónde reposar?
Necesitamos salir un poco de nuestro entorno inmediato para enmarcarlo en un contexto comprensivo.
Somos Navarra, somos España, somos… Europa. Y en el corazón del continente, París.
Esta ciudad siempre ha proyectado, en muchos navarros, un magnético poder de atracción a lo largo de los siglos. Hagamos un poco de memoria y recordemos cómo somos Europa.
Como corazón intelectual y espiritual de la “hija mayor de la Iglesia”, París reclamó a Francisco de Javier para misiones inimaginables, a través de su encuentro personal con Ignacio de Loyola y los primeros entre los suyos.
Unas escasas décadas después, para el primer monarca de la casa de Borbón en Francia, Enrique de Navarra -en un ejercicio de realismo político interpretado por otros como de puro maquiavelismo- París fue reclamo y causa última de una rectificación desde el sentido común al servicio de su pueblo.
Más recientemente, a otros muchos navarros que allí se encontraban, la ciudad del Sena les arrojó a la cara las sucesivas ondas libertarias y destructivas, originadas en mayo del 68 del pasado siglo, entre las que nos desenvolvemos todos.
Paradójicamente, París, en 2017, vuelve a ser un lugar al que mirar en un intento de entender, con palabras y lenguaje de hoy, qué pasa en Europa y en todo el mundo.
Partiendo de la herencia europea, de la situación actual y de sus tremendos retos, un grupo de intelectuales europeos se dio cita en la capital de Francia para trabajar en equipo y elaborar un instrumento de trabajo a sus conciudadanos: a todos nosotros. Hablamos de «La declaración de París. Una Europa en la que podemos creer».
Partiendo del principio de realidad, y cargando fuerzas desde la positividad del pasado común, estos intelectuales -de la talla de los franceses Rémi Brague y Chantal Delsol, el polaco Ryszard Legutko, el inglés Roger Scruton, el alemán Robert Spaemann o el español Dalmacio Negro Pavón- nos han proporcionado un documento de trabajo que recoge lo mejor del espíritu creativo y crítico de nuestra tradición intelectual y moral. Arraigo frente emancipación, la centralidad de la persona, la sustancia cristiana, el embrujo de los neolenguajes y la posverdad, el relevo generacional y declive demográfico, el desafío de los populismos protestatarios, la crisis de la identidad, el impacto de la globalización, los imperativos geopolíticos… así hasta treinta y seis tesis.
Todas ellas nos proporcionan un marco interpretativo lógico y coherente, unas herramientas de análisis y unos conceptos claros, al servicio de la colectividad europea y sus retos. Una teoría orientada a la acción.
Las contradicciones y límites del multiculturalismo; el desarrollo del Islam; las imposiciones de lo “políticamente correcto”; el verdadero civismo; la vigencia del estado-nación; las raíces cristianas de Europa; las falsas libertades de un individualismo que imponen aislamiento y falta de sentido; la tiranía de los “expertos”; la traición de las élites. Pero además de señalar las razones de la crisis, también proponen alternativas propias del genio europeo: la libre carga de la responsabilidad, el valor de la solidaridad y la jerarquía, la ordenación de los mercados a los bienes sociales, la singularidad vital de la familia, el valor de una auténtica educación, la relevancia de la moralidad pública y privada, la potencia del espíritu.
Esta declaración de París, en definitiva, es una provocación a nuestra inteligencia, una apelación a la responsabilidad individual y colectiva, una propuesta de redescubrimiento de las raíces más creativas y operativas de Europa; de nuestra Navarra también.
Por todo ello proponemos, desde el espacio de encuentro y trabajo que es Navarra Resiste, una lectura pausada y comprensiva del texto «Una Europa en la que podemos creer»; verdadera guía para la acción.
Sila Félix
España es el único país europeo donde no hay ni una crítica a la pérdida de soberanía que es fuente de tantos males. Hacia 2012 se habló un poco de los defectos de construcción del euro pero, ya, ni eso.
ResponderEliminarEsta Declaración nos recuerda que habría otra forma de ser y estar en Europa..¡gracias!!