Agapito Maestre, uno de los grandes articulistas de Libertad Digital,
ha publicado un polémico texto titulado ¡Guerra civil! (http://www.libertaddigital.com/opinion/agapito-maestre/guerra-civil-83343/), en el que establece inquietantes paralelismos entre
las jornadas españolas previas al estallido de julio de 1936 con las que
venimos sufriendo a causa de la rebeldía desatada en Cataluña.
Como corolario de
su hipótesis, el autor mantiene que nadie, un 17 de julio de 1936, podía
anticipar qué pasaría al día siguiente. El 18 de julio –por todos es sabido- se
desató la guerra civil. De tal modo, análogamente a lo que pudiera acaecer en
estas jornadas, asegura, cualquier suceso inesperado podría desatar algún
conflicto similar al sufrido entonces. Eulogio López por su parte, otra gran
periodista al que seguimos, también viene haciéndose eco, desde hace algunas
semanas, de un temor similar (por ejemplo, http://www.hispanidad.com/puigdemont-entre-la-frustracion-en-cataluna-o-la-guerra-civil-en-espana.html);
si bien con los colores propios de su peculiar mirada y fogoso estilo.
Nosotros,
en contraste con ambos, negamos la mayor: tales afirmaciones no son correctas,
y sí tremendistas, alarmistas e innecesarias.
Desconocemos
(¿alguien lo sabe realmente?) qué escenario espera a España en los días que
siguen: aceleración de los acontecimientos y ruptura territorial… o parálisis,
incertidumbre, agostamiento. En cualquier caso no habrá guerra civil.
En 1936
existían poderosos partidos políticos, con sus respectivas milicias armadas
fogueadas en guerrilla y terrorismo, orientados a la guerra civil; a la que se
dirigían como una fase inevitable, en su revolución “a la soviética”, que
ineludiblemente sacudiría a una España “feudal” y “reaccionaria”. No se trataba
de mera retórica, pues conforme sus presupuestos ideológicos -que respondían a
unas hipotéticas leyes de hierro que predeterminarían el devenir histórico- la
conquista violenta del poder se concebía como un escenario -deseable e inevitable-
previo al exterminio de “la España de la reacción”.
El PCE,
el POUM, buena parte del PSOE, la anarcosindicalista CNT en pleno, casi toda la
UGT, las Juventudes Socialistas Unificadas, algunos partidos nacionalistas…
todos ellos coincidían en preparar a sus masas, por medio de numerosos e
incendiarios periódicos impresos, para tal eventualidad; a la vez que
potenciaban sus milicias juveniles armándolas y adiestrándolas por medio de
militares profesionales de la clandestina UMRA.
El
modelo a seguir era la Rusia soviética. Al igual que allí dos décadas antes, en
España la guerra civil era imaginada -por los oráculos revolucionarios- como
inevitable, más cuando “los terratenientes y sus aliados de clase” estarían
preparándose –según denunciaban- para una contrarrevolución fascistizante; lo
que en cierto modo era así. Militares derechistas y republicanos “de orden”,
las milicias falangistas, el requeté, los monárquicos alfonsinos… pretendían
anticiparse al que entendían como ya ineludible “golpe marxista” mediante otro
de carácter “preventivo” y “quirúrgico”, de inexcusable y enérgica violencia.
Las
espadas estaban en alto; de manera bien real, nada metafórica. Seguramente casi
nadie podía imaginar, ni querer, una guerra de tres años; que es lo que finalmente
acaeció. En todo caso, ya fuera por miedo, ya por cálculo ideológico, las dos
Españas se preparaban para desatar y afrontar cotas máximas de violencia y
terror.
Hoy no
existen tales condiciones; ninguna de ellas.
En la
actualidad no concurre ningún partido orientado a la guerra civil; tampoco a un
golpe “quirúrgico”. En Podemos, una parte del PSOE, ERC, EH Bildu, las CUP,
etc., hacen propios diversos ingredientes doctrinales “guerracivilistas”; en el
sentido de un despliegue sectario de la “memoria histórica”, cierta retórica de
lucha de clases (contra “la casta”), un creciente y viejunoanticatolicismo
y, ante todo, su intento de enlazar la legitimidad de la España de hoy en el
aborto de la Segunda República prescindiendo de 80 años de Historia. Pero, de
dibujar tan indigentes presupuestos ideológicos, a pretender desatar una
auténtica guerra civil, existe un enorme trecho. Gigantesco.
Tampoco
concurren otras circunstancia igualmente necesarias para tan tremendo escenario;
caso de la existencia de milicias armadas. Ni siquiera están presentes,
afortunadamente, residuos terroristas que las prefiguren. Así, por poner un
ejemplo real, el grupo juvenil Arran, presentado
generalmente como auténtica “partida de la porra” (http://www.navarraresiste.com/2017/10/la-partida-de-la-porra-regresa-las.html)
del independentismo, apenas agrupa medio millar de activistas en unos 50 grupos
locales; quienes apenas están capacitados únicamente para asaltar restaurantes,
pinchar ruedas de bicicletas, hacer pintadas en autobuses urbanos, lanzar
bengalas… Su prototipo humano nada tiene que ver con el enjuto pistolero
anarquista de los años 20 o el austero profesional bolchevique,
caracterizándose, más bien, por el buen vivir y su gusto por todo tipo de
placeres sensibles; nada que predisponga, pues, a sacrificar la propia vida en
aras de la causa.
Por su
parte, el minimizado Ejército español, enteramente profesionalizado y por
completo controlado por los poderes civiles, ya no es un “poder fáctico” con el
que necesariamente contar; careciendo de una “agenda” política propia y del
apremio de un contexto que apuntara al propio exterminio.
No
existen, por tanto, contendientes relevantes empeñados en un enfrentamiento
armado. Afortunadamente. Ni por una parte, ni por otra.
Además,
en 1936 concurría, de manera decisiva, una estructura social totalmente
distinta a la de hoy: la mayor parte de la población vivía en el campo
subdesarrollado, una clase obrera malvivía en suburbios de unas pocas grandes
urbes, la tasa de analfabetismo era muy elevada, la microeconomía para grandes
sectores de la población era de pura subsistencia lindante con el riesgo endémico
del hambre. Casi nadie viajaba, no se disfrutaba de la vida, no existía una
cultura e industria del ocio, no se intuía siquiera un Estado del bienestar que
llegara a proveer de casi todo. Los medios de comunicación eran muy primitivos,
pero, no por ello, menos determinantes del clima político general. Importantes
y selectas minorías de la población estaban dispuestas a morir y matar por sus
ideales y por su gente; otros muchos estaban dispuestos a evitarlo eliminando a
su vez al adversario… El miedo se extendía imparable, hasta el pánico y el
terror, entre las que devendrían –finalmente- como inasimilables dos Españas. Y
ya se sabe: a causa del miedo se cometen los mayores crímenes.
Otro
capítulo decisivo más: no existen en el contexto internacional, hoy día,
actores foráneos empeñados –factiblemente- en alimentar un conflicto armado en
España, quienes pudieran sostener –por el motivo económico o geoestratégico que
fuere- el violento empeño de unos socios locales. En cualquier caso, las
presuntas intromisiones de los hackers rusos,
días atrás, están muy lejos de precipitar un desenlace imprevisible.
No, no
existen condiciones objetivas, ni subjetivas, para una guerra civil. Tampoco
para un “golpe quirúrgico”.
La toma
y el desempeño del poder en Europa occidental, desde el término de la Segunda
Guerra Mundial, acaece por dos vías: las propias del parlamentarismo
representativo al uso, y las menos formales a resultas de la “guerra de
posiciones” de matriz cultural. Nos referimos a la estrategia gramsciana: el
cambio de mentalidades y sociedad auspiciado por “intelectuales orgánicos” en
la educación, la cultura y los medios de comunicación.
A este
cambio incruento de virtualidad revolucionaria concurre, desde la izquierda
radical-progresista, la estrategia del “empoderamiento”; es decir, la creación
de espacios de “contrapoder” civil, ya desde una explotación alternativa del
Derecho, ya mediante la imposición de novísimos mecanismos de control y
reproducción social derivados de la ideología de género y los “nuevos derechos”
sociales e individuales.
Hoy día,
en suma, la izquierda radical-progresista, y sus compañeros de viaje, no
precisan aniquilar físicamente a sus enemigos; acallándolos –en su lugar-
asépticamente y estigmatizándolos a modo de innombrables parias sociales.
Retomemos
la tesis central de este artículo: no existe riesgo de guerra civil en España.
Pero ello no quiere decir que no exista una profunda y larga confrontación
política y social de la que la crisis catalana no sería sino una expresión más
a causa de una muy perseguida conjunción de intereses y desafectos; reales e
inducidos.
No se
presenta en nuestro horizonte, insistiremos, una guerra civil, pero España
permanece en riesgo de desaparecer; no en vano, las formaciones separatistas,
potenciadas por la inhibición y ceguera de los poderes centrales del Estado,
vienen acumulando fuerzas, manteniendo siempre la posibilidad de articulación
de alianzas de carácter traumático (en sentido amplio; nacional, social, moral,
cultural…). Nos referimos, concretamente, a una plausible conjunción –sea lo
que suceda a lo largo de las próximas jornadas en Cataluña- entre
Podemos-PSOE-separatistas; tal y como viene propiciando, entre otros, el
magnate de Mediapro, Jaume Roures (https://www.elconfidencial.com/espana/cataluna/2017-08-27/junqueras-pablo-iglesias-cena-secreta-roures_1434397/).
Tal posibilidad, para nada remota, cuestionaría en todo caso la vigencia de la
Constitución y el actual statu quo, facilitando la apertura de inéditos
escenarios: desde una reforma constitucional de imprevisible alcance, la
ruptura nacional, o la articulación de nuevas formas de empoderamiento y
contrapoder alternativos a la legalidad actual; siempre redundando en la
ruptura del marco de convivencia y la eliminación de los ya mínimos valores
compartidos.
Sin
embargo, a pesar de tanta mentira, de las diversas violencias contra cuerpos y
almas, de los cobardes, de los falsarios, de los manipuladores, de los ladrones
y de los nihilistas: no habrá guerra civil en España.
Pero
todo ello -negar la posibilidad de una guerra civil, o de un escenario de
imprevisible violencia política- no implica mirar hacia otra parte, inhibirse,
o negarse a ver al conjunto de fuerzas disolventes que operan en la sociedad
española. Es necesario, más que nunca y por ello, mantenerse en guardia,
desarrollar un espíritu crítico y analítico, asociarse en defensa de los
propios intereses y valores, generando sociedad civil, tomando partido y, en
suma, movilizarse por los valores que merecen la pena ser vividos.
Si una
guerra civil no es factible, ni jamás deseable, tampoco es previsible un cambio
radical de escenario político de manera inmediata. El terrorismo separatista,
por su parte, no parece estar en condiciones de ser reactivado desde los
independentismos. Pero la batalla de las ideas, la lucha por los espíritus y la
irrupción de nuevas formas de contrapoder de virtualidad revolucionaria,
persisten y se agudizan. Seamos realistas: afrontémoslo.
Sila Félix
No sé, no estoy tan segura de que no haya ningún actor internacional interesado en desestabilizar España para cargarse la Unión Europea o con cualquier otro objetivo cultural-estratégico. Por otra parte, Puigdemont y Gabriel están muy interesados en internacionalizar el asunto catalán, y así lo dijeron en sus discursos de ayer en el Parlamento catalán. Todo esto me llama la atención.
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