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martes, 10 de octubre de 2017

En España no habrá guerra civil


Agapito Maestre, uno de los grandes articulistas de Libertad Digital, ha publicado un polémico texto titulado ¡Guerra civil! (http://www.libertaddigital.com/opinion/agapito-maestre/guerra-civil-83343/), en el que establece inquietantes paralelismos entre las jornadas españolas previas al estallido de julio de 1936 con las que venimos sufriendo a causa de la rebeldía desatada en Cataluña.

Como corolario de su hipótesis, el autor mantiene que nadie, un 17 de julio de 1936, podía anticipar qué pasaría al día siguiente. El 18 de julio –por todos es sabido- se desató la guerra civil. De tal modo, análogamente a lo que pudiera acaecer en estas jornadas, asegura, cualquier suceso inesperado podría desatar algún conflicto similar al sufrido entonces. Eulogio López por su parte, otra gran periodista al que seguimos, también viene haciéndose eco, desde hace algunas semanas, de un temor similar (por ejemplo, http://www.hispanidad.com/puigdemont-entre-la-frustracion-en-cataluna-o-la-guerra-civil-en-espana.html); si bien con los colores propios de su peculiar mirada y fogoso estilo.

Nosotros, en contraste con ambos, negamos la mayor: tales afirmaciones no son correctas, y sí tremendistas, alarmistas e innecesarias.

Desconocemos (¿alguien lo sabe realmente?) qué escenario espera a España en los días que siguen: aceleración de los acontecimientos y ruptura territorial… o parálisis, incertidumbre, agostamiento. En cualquier caso no habrá guerra civil.

En 1936 existían poderosos partidos políticos, con sus respectivas milicias armadas fogueadas en guerrilla y terrorismo, orientados a la guerra civil; a la que se dirigían como una fase inevitable, en su revolución “a la soviética”, que ineludiblemente sacudiría a una España “feudal” y “reaccionaria”. No se trataba de mera retórica, pues conforme sus presupuestos ideológicos -que respondían a unas hipotéticas leyes de hierro que predeterminarían el devenir histórico- la conquista violenta del poder se concebía como un escenario -deseable e inevitable- previo al exterminio de “la España de la reacción”.

El PCE, el POUM, buena parte del PSOE, la anarcosindicalista CNT en pleno, casi toda la UGT, las Juventudes Socialistas Unificadas, algunos partidos nacionalistas… todos ellos coincidían en preparar a sus masas, por medio de numerosos e incendiarios periódicos impresos, para tal eventualidad; a la vez que potenciaban sus milicias juveniles armándolas y adiestrándolas por medio de militares profesionales de la clandestina UMRA.

El modelo a seguir era la Rusia soviética. Al igual que allí dos décadas antes, en España la guerra civil era imaginada -por los oráculos revolucionarios- como inevitable, más cuando “los terratenientes y sus aliados de clase” estarían preparándose –según denunciaban- para una contrarrevolución fascistizante; lo que en cierto modo era así. Militares derechistas y republicanos “de orden”, las milicias falangistas, el requeté, los monárquicos alfonsinos… pretendían anticiparse al que entendían como ya ineludible “golpe marxista” mediante otro de carácter “preventivo” y “quirúrgico”, de inexcusable y enérgica violencia.

Las espadas estaban en alto; de manera bien real, nada metafórica. Seguramente casi nadie podía imaginar, ni querer, una guerra de tres años; que es lo que finalmente acaeció. En todo caso, ya fuera por miedo, ya por cálculo ideológico, las dos Españas se preparaban para desatar y afrontar cotas máximas de violencia y terror.

Hoy no existen tales condiciones; ninguna de ellas.

En la actualidad no concurre ningún partido orientado a la guerra civil; tampoco a un golpe “quirúrgico”. En Podemos, una parte del PSOE, ERC, EH Bildu, las CUP, etc., hacen propios diversos ingredientes doctrinales “guerracivilistas”; en el sentido de un despliegue sectario de la “memoria histórica”, cierta retórica de lucha de clases (contra “la casta”), un creciente y viejunoanticatolicismo y, ante todo, su intento de enlazar la legitimidad de la España de hoy en el aborto de la Segunda República prescindiendo de 80 años de Historia. Pero, de dibujar tan indigentes presupuestos ideológicos, a pretender desatar una auténtica guerra civil, existe un enorme trecho. Gigantesco.

Tampoco concurren otras circunstancia igualmente necesarias para tan tremendo escenario; caso de la existencia de milicias armadas. Ni siquiera están presentes, afortunadamente, residuos terroristas que las prefiguren. Así, por poner un ejemplo real, el grupo juvenil Arran, presentado generalmente como auténtica “partida de la porra” (http://www.navarraresiste.com/2017/10/la-partida-de-la-porra-regresa-las.html) del independentismo, apenas agrupa medio millar de activistas en unos 50 grupos locales; quienes apenas están capacitados únicamente para asaltar restaurantes, pinchar ruedas de bicicletas, hacer pintadas en autobuses urbanos, lanzar bengalas… Su prototipo humano nada tiene que ver con el enjuto pistolero anarquista de los años 20 o el austero profesional bolchevique, caracterizándose, más bien, por el buen vivir y su gusto por todo tipo de placeres sensibles; nada que predisponga, pues, a sacrificar la propia vida en aras de la causa.

Por su parte, el minimizado Ejército español, enteramente profesionalizado y por completo controlado por los poderes civiles, ya no es un “poder fáctico” con el que necesariamente contar; careciendo de una “agenda” política propia y del apremio de un contexto que apuntara al propio exterminio.

No existen, por tanto, contendientes relevantes empeñados en un enfrentamiento armado. Afortunadamente. Ni por una parte, ni por otra.

Además, en 1936 concurría, de manera decisiva, una estructura social totalmente distinta a la de hoy: la mayor parte de la población vivía en el campo subdesarrollado, una clase obrera malvivía en suburbios de unas pocas grandes urbes, la tasa de analfabetismo era muy elevada, la microeconomía para grandes sectores de la población era de pura subsistencia lindante con el riesgo endémico del hambre. Casi nadie viajaba, no se disfrutaba de la vida, no existía una cultura e industria del ocio, no se intuía siquiera un Estado del bienestar que llegara a proveer de casi todo. Los medios de comunicación eran muy primitivos, pero, no por ello, menos determinantes del clima político general. Importantes y selectas minorías de la población estaban dispuestas a morir y matar por sus ideales y por su gente; otros muchos estaban dispuestos a evitarlo eliminando a su vez al adversario… El miedo se extendía imparable, hasta el pánico y el terror, entre las que devendrían –finalmente- como inasimilables dos Españas. Y ya se sabe: a causa del miedo se cometen los mayores crímenes.

Otro capítulo decisivo más: no existen en el contexto internacional, hoy día, actores foráneos empeñados –factiblemente- en alimentar un conflicto armado en España, quienes pudieran sostener –por el motivo económico o geoestratégico que fuere- el violento empeño de unos socios locales. En cualquier caso, las presuntas intromisiones de los hackers rusos, días atrás, están muy lejos de precipitar un desenlace imprevisible.

No, no existen condiciones objetivas, ni subjetivas, para una guerra civil. Tampoco para un “golpe quirúrgico”.

La toma y el desempeño del poder en Europa occidental, desde el término de la Segunda Guerra Mundial, acaece por dos vías: las propias del parlamentarismo representativo al uso, y las menos formales a resultas de la “guerra de posiciones” de matriz cultural. Nos referimos a la estrategia gramsciana: el cambio de mentalidades y sociedad auspiciado por “intelectuales orgánicos” en la educación, la cultura y los medios de comunicación.

A este cambio incruento de virtualidad revolucionaria concurre, desde la izquierda radical-progresista, la estrategia del “empoderamiento”; es decir, la creación de espacios de “contrapoder” civil, ya desde una explotación alternativa del Derecho, ya mediante la imposición de novísimos mecanismos de control y reproducción social derivados de la ideología de género y los “nuevos derechos” sociales e individuales.

Hoy día, en suma, la izquierda radical-progresista, y sus compañeros de viaje, no precisan aniquilar físicamente a sus enemigos; acallándolos –en su lugar- asépticamente y estigmatizándolos a modo de innombrables parias sociales.

Retomemos la tesis central de este artículo: no existe riesgo de guerra civil en España. Pero ello no quiere decir que no exista una profunda y larga confrontación política y social de la que la crisis catalana no sería sino una expresión más a causa de una muy perseguida conjunción de intereses y desafectos; reales e inducidos.

No se presenta en nuestro horizonte, insistiremos, una guerra civil, pero España permanece en riesgo de desaparecer; no en vano, las formaciones separatistas, potenciadas por la inhibición y ceguera de los poderes centrales del Estado, vienen acumulando fuerzas, manteniendo siempre la posibilidad de articulación de alianzas de carácter traumático (en sentido amplio; nacional, social, moral, cultural…). Nos referimos, concretamente, a una plausible conjunción –sea lo que suceda a lo largo de las próximas jornadas en Cataluña- entre Podemos-PSOE-separatistas; tal y como viene propiciando, entre otros, el magnate de Mediapro, Jaume Roures (https://www.elconfidencial.com/espana/cataluna/2017-08-27/junqueras-pablo-iglesias-cena-secreta-roures_1434397/). Tal posibilidad, para nada remota, cuestionaría en todo caso la vigencia de la Constitución y el actual statu quo, facilitando la apertura de inéditos escenarios: desde una reforma constitucional de imprevisible alcance, la ruptura nacional, o la articulación de nuevas formas de empoderamiento y contrapoder alternativos a la legalidad actual; siempre redundando en la ruptura del marco de convivencia y la eliminación de los ya mínimos valores compartidos.

Sin embargo, a pesar de tanta mentira, de las diversas violencias contra cuerpos y almas, de los cobardes, de los falsarios, de los manipuladores, de los ladrones y de los nihilistas: no habrá guerra civil en España.

Pero todo ello -negar la posibilidad de una guerra civil, o de un escenario de imprevisible violencia política- no implica mirar hacia otra parte, inhibirse, o negarse a ver al conjunto de fuerzas disolventes que operan en la sociedad española. Es necesario, más que nunca y por ello, mantenerse en guardia, desarrollar un espíritu crítico y analítico, asociarse en defensa de los propios intereses y valores, generando sociedad civil, tomando partido y, en suma, movilizarse por los valores que merecen la pena ser vividos.


Si una guerra civil no es factible, ni jamás deseable, tampoco es previsible un cambio radical de escenario político de manera inmediata. El terrorismo separatista, por su parte, no parece estar en condiciones de ser reactivado desde los independentismos. Pero la batalla de las ideas, la lucha por los espíritus y la irrupción de nuevas formas de contrapoder de virtualidad revolucionaria, persisten y se agudizan. Seamos realistas: afrontémoslo.

Sila Félix

1 comentario:

  1. No sé, no estoy tan segura de que no haya ningún actor internacional interesado en desestabilizar España para cargarse la Unión Europea o con cualquier otro objetivo cultural-estratégico. Por otra parte, Puigdemont y Gabriel están muy interesados en internacionalizar el asunto catalán, y así lo dijeron en sus discursos de ayer en el Parlamento catalán. Todo esto me llama la atención.

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