La impunidad y frecuencia con que vienen actuando los grupos abertzales en calles y pueblos navarros, al igual que en las provincias vascongadas, desde hace décadas, constituyen una anomalía impropia de sociedades sanas y democráticas.
Sabíamos que la “siembra” de banderas, pegatinas y pancartas conmemorativas de la fiesta de la Hispanidad, en Pamplona y comarca en la madrugada del pasado 12 de octubre, generaría las habituales muestras de violencia e intolerancia por parte de la izquierda abertzale y sus compañeros de viaje anarquistas y comunistas de todo pelaje… incluso en algún caso degeneró en un problemilla de orden público que no pasó a mayores en la calle Abejeras (http://www.navarraresiste.com/2017/10/vandalismo-antiespanol-en-pamplona.html). Pero, en cualquier otro país de nuestro entorno, ¿cuál habría sido la respuesta institucional? En concreto, Policía y Judicatura ¿permanecerían impasibles ante tamañas muestras de odio contra símbolos nacionales? Nos tememos que la respuesta sería negativa.
El que originó este texto no fue un caso aislado. Más allá del ensañamiento con que perpetran estos violentos sus ataques contra cualquier vestigio de presencia simbólica ajena a sus prietas convicciones, los ciudadanos navarros venimos asistiendo resignados a la proliferación, sucesiva y persistente, de mensajes de odio y revancha de la izquierda abertzale y radical; cuando no se trata de la exaltación expresa del terrorismo sin disimulo alguno. Así, este verano -de nuevo, con su sucesión de fiestas patronales en pueblos, ciudades y barrios- ha sido manido pretexto para el despliegue de abundantísima parafernalia afín a ETA y sus diversos movimientos derivados. Pero, con todo, han tenido lugar más denuncias, al menos a nivel de medios de comunicación, que en ocasiones anteriores (un ejemplo ilustrativo, http://www.navarrainformacion.es/2017/09/01/upn-reclama-se-retiren-pancartas-vinculadas-presos-eta-mendillorri/); cuestionando una realidad que no por habitual sea deseable en modo alguno.
Esta problemática del control abertzale de los espacios públicos, perlada de matonismo y sobreactuaciones por parte de sus muchachadas, evidencia que la nuestra sigue siendo una sociedad golpeada por diversas modalidades, fases y múltiples efectos, asociados al terrorismo de ETA; lo que viene de largo.
Por todo ello mienten grave y dolosamente quienes afirman que el terrorismo ya pasó y que disfrutamos de una sociedad libre y democrática en la que cualquiera podría manifestarse en un sentido u otro. Un tópico, entendemos, como cualquier otro; un lugar común tranquilizante para espíritus poco exigentes que empieza a alcanzar nivel de vulgata posmoderna.
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Lo cierto es que esas muestras de matonismo político –tales como la apropiación del espacio público con reiteradas manifestaciones y excesos propagandísticos, así como la eliminación y persecución de cualquier disidencia- empezaron a perpetrarse cuando ETA en sus diversas encarnaduras asesinaba con casi total impunidad. Eran –y siguen siéndolo- expresiones hiperpolitizadas de carácter coactivo, paralelas a otras formas de violencia e imposición, dirigidas todas ellas al mismo fin: la eliminación de cualquier foco de resistencia. Un ejemplo muy concreto –y casi marginal, pero muy ilustrativo- que no suelen recoger los “expertos” en sus investigaciones: ¿recuerdan que, con el triste motivo de los funerales por las víctimas de ETA, siempre se situaban por alrededor de los templos navarros y vascos, grupitos que se movían bajo la consigna de “quedaros con alguna cara, ¡hay que fichar a los fascistas!”?
ETA, a día de hoy, no mata. Pero los efectos de su brutalidad e indignidad sin límite ético alguno perduran, y ello gracias –en buena medida- a los comportamientos mafiosos de sus seguidores en diversas expresiones de la vida cultural, vecinal y política.
Tantos muertos, tan brutal terrorismo, tamaño terror, tantísimo daño…, provocaron rutinas muy interiorizadas y comportamientos sociales e individuales de carácter elusivo, por lo tanto, patógenos y anómalos. No en vano, el miedo humano, cuando es provocado por impulsos que amenazan la propia vida y la de los propios, siempre es motor imprevisible de huidas, silencios, disimulo de los propios criterios, renuncia a la visibilidad, “síndromes de Estocolmo”, resignación. Una perversa distorsión de la convivencia; una agresión muy grave a la psique humana.
Los terroristas siempre persiguen causar terror. Parece obvio, pero no siempre se percibe así, no en vano son varios los posibles mecanismos individuales y colectivos orientados a “alejarse” e ignorar el drama: seamos realistas, todos lo hemos experimentado en un momento u otro. El asesinato de una persona –o de todo un grupo- implica su previa deshumanización por parte de los terroristas; su cosificación. Practicada tal operación ideo-psicológica con su proyección social –ahí los abertzales son expertos-, esos terroristas no problematizarán en modo alguno el empleo de la violencia extrema, una vez se decidan a “eliminar” el objetivo pre-señalado; si ello beneficia a sus intereses de secta.
Un asesinato, y toda herida en cuerpo y espíritu, acarrea un dolor inconmensurable y un sufrimiento extremo a víctimas, supervivientes, familiares, colegas… y la extensión del miedo; es decir se traslada el terror a la sociedad. Objetivo cumplido.
Pero la desaparición del terrorismo puro y duro –en nuestro caso el de ETA- no implica la desaparición de los mecanismos perversos derivados del mismo ni de sus efectos: se ha aprendido a callar, a mirar a otra parte, a que hablen “los de siempre”, a que los juicios políticos excluyentes y radicales séanlos únicos visibles en el foro público, que sus estigmas se aprecien como “normales” o “inevitables”, que el sufrimiento ajeno sea ignorado. Ya no matan cuerpos, pero siguen tratando de matar espíritus señalando, acosando, estigmatizando, excluyendo, amenazando, imponiendo sus escenarios por todo el territorio que parasitan como coto de sus desvaríos.
¿Cómo se atreve nadie a afirmar que, al no matar ETA, ya estaríamos en una situación normalizada? ¿Y los 300 asesinatos sin resolver? ¿Y las amenazas que se siguen sufriendo, los exilios, las exclusiones cotidianas, los señalamientos con un dedo o una diana? ¿Qué pasa con los silencios forzosos y acomodaticios de toda una sociedad? ¿Y la falsificación histórica que subyace en la elaboración del denominado “relato” del terrorismo? Todo ello, ¿es normalidad democrática?
Mientras tanto, los asesinos de ETA siguen siendo recibidos en olor de multitudes (https://www.elindependiente.com/politica/2017/08/02/mikel-oroz-recibido-como-heroe-burlada/), para escarnio de víctimas y demás ciudadanía; como “héroes” o “víctimas del Estado represor español”… ante la inacción de fiscalía y la Autoridad gubernativa. Entonces, ¿para qué sirven los Servicios de Información? ¿Realmente no se puede hacer nada? ¿No pudieron anticiparse a tan vergonzosas escenas propias de sociedades bárbaras?
La pantomima de procesión, a modo de “auto de fe abertzale” que recorrió las calles de los barrios de Azpilagana, Iturrama y Milagrosa el pasado día 12, fue otra expresión más –una de tantas- de la violencia constitutiva de la estrategia abertzale. No es causalidad su recurso a métodos terroristas y pseudo-terroristas; como no lo fue que Lenin ideara e impulsara el Decreto Sobre el Terror Rojo de 5 de septiembre de 1918: en las semillas (los escritos de Marx, Lenin y Trotski) radicaban los “excesos” que llevaron al terrorismo y los genocidios.
Aunque se han elevado no pocas voces en contra de tamaña anomalía coactiva, desde el cutrepartito navarro hacen oídos sordos de tales demandas; no en vano entienden que estas tácticas les benefician en última instancia y les seguirá proporcionando réditos electorales.
De este modo Barkos, Asirón, Koldo, Aráiz, pero también Santos Itoiz y José Miguel Nuin, junto a sus respectivas parroquias, son cómplices de una estrategia totalitaria que se sirve del empleo de las referidas expresiones de violencia mafiosa, un tanto contenidas, pero no por ello menos eficaces. Y demuestran que la convivencia y la ética son palabras vacías; salvo conveniencia de los afines.
Sila Félix
La mayor preocupación del régimen de Barkos-Araiz es el "rebrote de la ultraderecha franquista".
ResponderEliminar¿No pueden encontrar otra idea? Es que ésa ya está muy manoseada.