Pasado mañana, domingo 26 de noviembre de 2017, tendrá lugar el cuarenta aniversario del primer asesinato de la banda terrorista ETA, en Navarra, en la persona del comandante y jefe de la 64 Bandera Móvil de la Policía Armada, D. Joaquín Imaz Martínez.
Aquel crimen conmocionó profundamente a la sociedad navarra de entonces. Si bien ETA ya había perpetrado diversos atentados terroristas en nuestra tierra, todavía no había cruzado la fatídica “línea roja” del asesinato cobarde y por la espalda que tanto le caracterizaría; nada, pues, de romanticismos: asesinos y cobardes. Lamentablemente, en su aberrante e interesada valoración del coste/beneficio, entendieron que el terrorismo facilitaría sus objetivos últimos; de modo que a este primer asesinato le siguieron otros muchos.
Y con los asesinatos llegó el terror, la extensión del miedo, los silencios, las miserables justificaciones del “algo habrá hecho”, la deshumanización de las víctimas, el mirar a otra parte, el hacer el vacío a las víctimas y sus familiares “para evitar problemas”, la diabolización de los señalados por ETA como “objetivos.
Los terroristas alcanzaron sobradamente sus objetivos tácticos, prolongándose sus efectos perversos hasta hoy: además de los muertos, los daños morales y psíquicos, las heridas abiertas, los viciados comportamientos colectivos. Mientras tanto, nuestra sociedad permanece en gran medida insensibilizada y desmovilizada. Y las caretas “políticas” e institucionales de los terroristas (EH Bildu y sus aliados) controlan, sin vergüenza ni remordimiento alguno, buena parte de los espacios públicos y los mecanismos de control social de Navarra. Y ello también merced otras formas de violencia en continuidad con el terrorismo puro y duro: el señalamiento personal y colectivo, las amenazas, las falsas noticias difundidas en sus medios, la eliminación física de cualquier presencia simbólica española, su chulería exteriorizada en todo lugar concurrido, la imposición lingüística, el desprecio de las minorías, la mentira reiterada hasta el aburrimiento, su hispanofobia, etc., etc.
Joaquín Imaz Martínez nació en Pamplona en agosto de 1927. De familia de larga trayectoria y profundas convicciones tradicionalistas, ingresó en la Academia Militar de Zaragoza en 1946 siguiendo la genealogía militar, entre otros familiares, de su padre, Gerardo Imaz Echavarri, fundador de la Legión Española.
El 26 de noviembre de 1977 le dispararon por la espalda nueve tiros, siendo rematado por un tiro en la sien. Tenía 50 años de edad. D. Joaquín se había negado a llevar escolta para no poner en riesgo la vida de otras personas; sabedor de la consistencia de las amenazas de muerte que ETA le había hecho llegar. Dejó viuda, Dª. María Teresa Azcona Hidalgo, y una hija de siete años, Mari Carmen Imaz Azcona.
Viuda e hija, del comandante Imaz, abandonaron Pamplona unos pocos meses después: no en vano el ambiente era irrespirable. «Nos marchamos porque la sociedad de entonces no era como la de ahora. La gente tenía miedo de estar contigo o cerca de ti ―rememoraba la hija del matrimonio, Carmen Imaz, en una entrevista publicada por Germán Ulzurrun en Diario de Navarra con motivo del 25 aniversario de la muerte de su padre―. Nos mudamos a casa de mi abuela, a la calle Olite. Cuando mi madre se acercaba al mercado a hacer la compra, veía que los vendedores simulaban otra actividad y se daban la vuelta para no atenderla».
Desde este blog animamos a nuestros amigos y lectores para que acudan a los actos de homenaje a D. Joaquín Imaz Martínez organizados este domingo en el acceso del parking de la Plaza de Toros de Pamplona, a partir de las 19 horas, en el mismo lugar donde el fanatismo, la crueldad y la ideología marxista-leninista y nacionalista, acabaron con el primero de nosotros: primero en honor, primero en lealtad, primero en hombría, primero en ejemplo. Primero en ofrendar, con su vida y sangre, el tributo al ideal.
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