Acaso se trate del principal fenómeno mundial en marcha en lo que llevamos de siglo, si bien ya venían anticipándose poderosos indicios desde hace unas décadas atrás: nos referimos a la globalización.
Verificada e impulsada desde el prodigioso desarrollo de las comunicaciones y la informática, la globalización provoca unos dispares y potentes efectos de carácter económico: primacía del valor-mercancía, mercado global y deslocalizaciones, empoderamiento de las multinacionales, pérdida de poder y capacidad de decisión de los Estados-nación, precarización de las clases medias europeas, aumento inusual de las desigualdades sociales, multiplicación de los beneficios de la economía especulativa y financiera frente a los de la productividad real, etc. En suma: primacía de lo económico sobre lo político.
Pero sería un error analítico muy grave limitarlos a esas dimensiones monetarias que tanto determinan la vida de la ciudadanía. No en vano, la globalización es, ante todo, un fenómeno cultural que impone similar estilo de vida a escala planetaria: misma publicidad en televisiones y redes, idénticos productos de consumo, análogo estilo de ocio centrado en las grandes superficies, primacía del estatus de productor/consumidor sobre la pertenencia nacional, nomadismo frente arraigo, dialéctica de los derechos subjetivos basada en el deseo y el desarraigo, devastación de la naturaleza a escala mundial y, en definitiva, desaparición de las identidades colectivas y los estilos de vida comunitarios.
En la raíz del fenómeno, vemos, figura la mercantilización de todo tipo de relaciones: no sólo las propiamente económicas; también otras históricamente alejadas del mero cálculo monetario coste/beneficio, caso de las relaciones personales y sociales, la cultura, el arte, el deporte, el trato con los animales y la naturaleza, la misma sacralidad…
La globalización, y su efecto materialmente perceptible de la mundialización en parte descrita previamente, implican la desaparición del espacio-tiempo en un eterno presente desarraigado y nómada en el que cada deseo del individuo –articulado muchas veces en un “nuevo derecho”- se presenta accesible a uno o varios clics de ratón; todo en detrimento de las tradicionales relaciones interpersonales y sus pedagógicos “tempos”. Análogos efectos golpean a las comunidades humanas de todo el planeta, destruyendo tejidos sociales, anulando tradiciones y experiencias, disolviendo previas consistencias. Desde una óptica radical-progresista, de raíces liberales, toda identidad sería conflictiva, pues tales se construirían en la diferencia con “el otro”; presunta fuente de todo enfrentamiento. La eliminación de tan antiguas rémoras comunitarias –aseveran tan “optimistas” imbuidos del utopismo de las ideologías de derivas totalitarias- liberarían a los individuos de superestructuras opresivas y castrantes, permitiéndoles su estatus de productor/consumidor el acceso a la ciudadanía universal y su autorrealización sin límites. Todo ello de manera análoga al devenir de comunidades tradicionales, colectividades de toda clase, regiones e, incluso, naciones; obstáculos a erradicar en aras de la homologación y la liberación universales.
En Navarra se sufre adicionalmente, tanto a nivel personal como colectivo, otro fenómeno en cierta medida paralelo al de la globalización: el del separatismo panvasquista. No es exclusivo de nuestra tierra, si bien está mucho más arraigado que en otros espacios del continente europeo y su gravedad sea acaso similar al manifestado reiteradamente en Cataluña en los últimos años.
Con raíces asentadas en el Romanticismo y apuntaladas en la “primavera de los pueblos” y las luchas anticoloniales, ambos separatismos, al igual que otros de menor fortuna, han elaborado unos discursos victimistas y agresivos, así como unas estructuras colectivas de resonancias comunitaristas, que son preciso desentrañar caso por caso.
En Cataluña han prevalecido históricamente los constructos nacionalistas basados en valores “burgueses”: una peculiar combinación de sentimentalismo identitario, perlado de fuertes dosis de normativismo lingüístico, y una paradójica acogida de una inmigración de difícil encaje salvo en la deriva disfuncional del multiculturalismo. Más recientemente, si bien ya existían algunos representantes desde finales de los 60 del pasado siglo, los sectores radicales-libertarios, canalizados en las CUP, han profesado decididamente, y con un éxito determinante, formulaciones con ciertas bases marxistas-leninistas, en imitación de los dinámicos modelos articulados por el MLNV en Vascongadas y Navarra.
Nos limitaremos a recordar que en Navarra también está presente un separatismo panvasquista que, a partir de una Historia falsificada, los efectos perversos del terrorismo y, con variables en sus formulaciones según la obediencia política de que se trate (un polo “moderado”, PNV-Geroa Bai y otro radical, ETA/EH Bldu), pretende subsumir –ahora también desde la acción gubernamental- los rasgos propios de la navarridad en una entelequia artificiosa, hipermilitante, exclusivista y segregadora: la panvasquista.
No faltan quienes han ensayado una supuesta “tercera vía”: la napartarra, mediante la que se exalta todo “lo vasco”, en detrimento de los demás ingredientes culturales, antropológicos e históricos que integran la navarridad, en una perspectiva que ofrece el mismo proyecto político nacionalista; si bien con un envase distorsionado que únicamente puede convencer a quienes carecen del mínimo rigor intelectual o se dejan impregnar de tales aromas por comodidad, esnobismo o cobardía.
En este contexto toda batalla simbólica es importante: de ahí la relevancia de la concesión oportunista por parte del actual Gobierno de Navarra a los tres autores que elaboraron un nuevo diseño, por encargo, de bandera de Navarra en 1910; en un claro intento de segar la hierba bajo los pies de los regionalistas de UPN, quienes han hecho de la misma su principal capital simbólico, en detrimento de otros de mayor alcance (por ejemplo, la bandera española). Pero también son necesarias otras muchas actuaciones dirigidas a la defensa del patrimonio común: fuentes orales, folklore, gastronomía, estilo de trabajo y cooperación social, patrimonio artístico, montañismo, estilos de ocio comunitario, etc. En el caso de Navarra: especialmente los Fueros, síntesis histórica y normativa de la vida comunitaria y la identidad; eternos desconocidos cuyo futuro está en entredicho y que no parece preocupe a casi nadie.
La pertenencia navarra –insistimos- se concreta en un estilo de vida, una mentalidad, unos vínculos sociales, una espiritualidad popular, unos símbolos, una manera de hacer las cosas y afrontar los retos de la existencia “junto-a-los-otros”. Mas si todo ello no se hace carne, tal y como acaeció durante siglos hasta la crisis colectiva desatada a finales de los años 60 del siglo anterior, únicamente serán vestigios gloriosos, propio del estudio de unos pocos eruditos, que aunque salvaguardados por escrito, no interesen a nadie más, arrasados, tales, fácilmente de la vivencia colectiva de los modelos de comportamiento de apariencia anglosajona –de momento- y vocación universalista e individualista en que se vehiculiza rápida y ferozmente la globalización cultural. Residualmente, quienes sientan nostalgia o necesidad de arraigo, comunidad y tierra, serán fáciles víctimas del agresivo y bien estructurado comunitarismo panvasquista.
La identidad navarrista, consistente en una permanente valoración de la tradición y la herencia en contraste con la posmodernidad, no se presenta fácil de mantener ante dos enemigos tan potentes como decididos, pero es su única opción de supervivencia. De tal manera “hacer navarrismo” –metapolítica, cultura y, cómo no, política- es luchar contra el panvasquismo y la globalización.
Quienes, en su inacción, entienden que la globalización hará por el navarrismo el trabajo difícil –la desactivación de las dinámicas separatistas- se equivocan gravemente; es más, les ofrece un terreno fértil a su estrategia revolucionaria.
Sila Félix
De ahí la aparente contradicción entre estudiar más inglés o estudiar más vascuence... todo menos profundizar en el español, la lengua en la que nos entendemos todos.
ResponderEliminarCastellano mejor dicho. Creo que se pueden conocer y utilizar más de dos y de tres lenguas sin ningún problema. Lo cultura no debe tener límites
EliminarDe "mejor dicho", nada: En un entorno globalizado, se utiliza el español. Y verás que he hablado de "profundizar", no de impedir que se conozcan varias lenguas.
ResponderEliminarSabes muy bien que hay quien estudia vascuence, inglés o chino mandarín, mientras que el español "lo lleva de casa". Sí, lo lleva lleno de incorrecciones y faltas que no se permitirían en esas otras lenguas.