El año que ya termina, 2017, bien podría resumirse, en lo que respecta al navarrismo político representado por UPN, como el año de las pancartas… y el desconcierto. No en vano, desde su sede central de la plaza Príncipe de Viana de Pamplona viene exhibiendo una sucesión de pancartas que, a no pocos de sus votantes, les está dejando un tanto fríos; por no decir, perplejos.
La primera de todas era –vuelve a ser hoy- una pancarta roja en la que, con letras blancas, puede leerse: “La bandera que une Navarra”; ilustrándose con un escudo ligeramente escorado hacia la derecha –todo hay que decirlo- de las cadenas y la corona.
Además, en uno de los balcones circulares, el situado a la izquierda de la pancarta según se mira de frente, siguen luciendo, al igual que años atrás, las cuatro banderas en mástil y en este orden: la de UPN, España, Navarra y Europa. Dos más de Navarra, junto a un cartel con el logo de entonces, permanecieron instalados en otras tres ventanas de la sede, tal y como puede observarse en la fotografía correspondiente al 1 de mayo pasado que ilustra este texto, durante unos meses.
Tras el éxito de la manifestación realizada el pasado 3 de Junio en defensa de la bandera de Navarra -convocada por una comisión que adoptó la que entendemos desafortunada idea de disolverse- y en la que Navarra por España/NavarraResiste.com, discretamente, participó tanto en determinados aspectos de su organización y publicitación, como de su desarrollo, la sustituyeron por una segunda. De tal modo, en letras negras sobre fondo blanco se afirmaba: “Todos somos Navarra – nuevo logo y sigla de UPN - Todas somos Navarra”. No gustó demasiado, y ello por dos motivos. El primero: ese “todos/todas”, para muchos, se antojaba a modo de una cierta concesión al lenguaje inclusivo característico de la ideología de género, omnipresente hoy y característica del radical-progresismo políticamente correcto, que no parece –nos atrevemos a decir- caracterice al votante UPN; al menos al de “toda la vida”. Y en segundo lugar, el nuevo logo del partido no ofrecía, según muchos, el vigor, la resolución, y la rotunda afirmación que requiere un partido de oposición al que le queda mucho, muchísimo que bregar. Que aquí no hay nada seguro.
Llega ahora el turno de la tercera. De cara a las universales y unánimes celebraciones feministas del 25 de noviembre, UPN quiso estar presente con una nueva que bien pudiera haber sido desplegada en la sede de Podemos (si bien difícilmente, pues no tiene balcones), la de Izquierda-Ezkerra -tan entretenidos ellos, ahora, con los escraches de sus queridos amigos de la izquierda abertzale y demás euskaltzales- o la del Talde Autodefentsa Feminista de la Milagrosa. Así, sobre ortodoxo fondo morado, tan largo pasquín así rezaba: “esquemático logo de UPN –contra la violencia de género – lazo morado”. Chúpate esa. De hecho, no es la primera vez que en este blog nos hemos referido a la deriva ideológica que se viene percibiendo en el partido a cuenta de la recepción en el mismo de algunos aspectos de la ideología de género. Recuérdese, por ejemplo nuestra crítica a un desafortunado artículo de Eradio Ezpeleta en un prestigioso digital navarro. Todo ello sin acritud, que conste.
Al no estar subtitulado en portada, del digital en cuestión, ingenuamente más de uno pensaría que, acaso, se tratara de una invocación a que su partido saltara al ...
Por último, para terminar el año, acaso con ánimo de alumbrar el próximo 2018, se ha vuelto a instalar la primera de las tres citadas. De este modo no se ha cumplido la predicción que, desde un dudoso medio digital, anticipó semanas atrás algún bromista en un meme que circuló por whatsapp y alguna otra red social, y que de haber tenido lugar hubiera supuesto un verdadero terremoto en su electorado… y no pocas carcajadas (http://www.12minutos.com/5a1ff137d1797/la-deriva-de-union-del-pueblo-navarro-en-cuatro-imagenes.html). Algo es algo.
De entrada, una valoración positiva: es de agradecer- y necesario para la causa común- que UPN se visibilicen la calle con sus símbolos y mensajes propios; si bien debiera hacer mucho más para contrarrestar el despliegue de tan numerosas y activistas izquierdas operativas en Navarra. Ciertamente, muchos visitantes ocasionales de Navarra se llevan, en la retina y memoria, la imagen de un territorio que bien parece hacer realidad –especialmente en algunos barrios y localidades- el paraíso de toda causa radical por disparatada que suene.
En todo caso, nos parece muy bien esta “salida del armario”, ¿o acaso el espacio público es patrimonio exclusivo de las izquierdas radicales? Ya va siendo hora, pues, de salir a la calle y hacerse visibles de manera cotidiana. Bienvenidos.
Tras este recorrido iconográfico, nos centraremos en el mensaje y oportunidad de la pancarta que más tiempo ha sido exhibida en la sede central de UPN, y con la que inauguraron y cerrarán el presente año: la que dice “La bandera que une Navarra”.
Una primera pregunta: ¿a qué bandera se refiere?, pues nunca deben darse las cosas por sentadas. Sería incomprensible que la afirmación de la pancarta se remitiera a la propia bandera de UPN, primera posibilidad; no por indigna, sino por partidista y, por lo tanto, propia de una facción. Jamás debiera identificar tal enseña a todo el territorio y sus gentes. De hecho, semejante pretensión totalitaria es propia de otras ideologías en pugna. Así, está el caso de ese partido cuya bandera pretendía representar a la inicial facción vizcaitarra; para después extenderla a ese invento denominado Euskadi que englobaría -además de Vizcaya y demás Vascongadas- a la propia Navarra y a los territorios vascofranceses. Efectivamente, nos referimos al PNV y su purrusalda tricolor, quienes han logrado instalar a una de los suyos en la presidencia del mismísimo Gobierno Foral de Navarra, junto a su cohorte de guipuchis resentidos y vengativos: Uxue Barkos. De tal modo, la que fuera partidaria se convirtió finalmente en bandera de varios territorios; y para muchos de sus habitantes, en símbolo sagrado de un proyecto secesionista de alcance totalitario, llegando a desbordar -por todas sus izquierdas- a sus primigenios visionarios.
Como segunda posibilidad, tampoco parece plausible que la mencionada leyenda se remita a la bandera europea, pues tal proyecto en agónica marcha -a pesar de todo lo que viajamos los navarros y de nuestra inequívoca vocación continental- todavía nos resulta un poco ajeno y no llegamos a sentir por el azul y sus estrellas, en nuestras vísceras y razón, toda la emoción y demás evocaciones que nos genera la roja nuestra. Entonces, ¿hablamos de la de Osasuna? No, por Dios, ¡hablamos de la navarra! Ni más ni menos.
Al afirmarse que la roja es “La bandera que une Navarra” se entiende que las otras presentes en esas alturas, u otras que no figuran allí, a sensu contrario, no unirían Navarra: es el caso de la ikurriña, por ejemplo. O la del Real Madrid, o la de la Real Sociedad. Vale. Incluso la LGTBQI. Pero –y este es el quid de la cuestión- los autores de la pancarta, ¿también perciben de este modo a la española? Entonces, para ellos, ¿qué es la bandera nacional?: ¿un signo de división? Pero, ¿no es UPN un partido español?
En el caso de nuestra bandera roja, desde Navarra por España/NavarraResiste.com, tenemos una experiencia que destacar y de la que aportamos un botón de muestra (véase la ilustración). Lo amigos de esta red ciudadana hemos colocado miles de pegatinas por toda Navarra también a lo largo de este año que acaba. Entre tales figuran las correspondientes a un modelo rectangular de fondo rojo en la que se dice “Defiende Navarra” en leyenda circular en torno al escudo de Navarra. Pues bien: guarros, abertzales y demás republicanos irredentos, lo primero que hacen, cuando no es arrancarla directamente, es borrar o tachar la corona. La intencionalidad es evidente: se sienten republicanos y, además, no les gusta para nada –dada su condición de panvasquistas- tal representación; pues invocaría la Navarra que quieren “superar”. La suya sería una hipotética “Navarra del progreso” -una incierta utopía- en todo caso alejada de la auténtica Historia de nuestro pueblo, que rechazan por “triste, rancia y sangrienta”; pero que otros muchos percibimos verdadera. Con lo bueno y con lo malo; y a la que miramos con respeto, admiración y agradecimiento, con los dos ojos; no con uno sólo.
Lo cierto es que la bandera roja y sus cadenas tiran mucho, de ahí ese intento de apropiarse el navarrismo desde la izquierda abertzale: tanto con su discurso, como a nivel simbólico mediante el enorme despliegue de banderas con cadenas de diseños “alternativos” al oficial que vienen realizando y no con poco éxito.
Sin faltarles en ello coherencia –la propia de un discurso dialéctico y cerrado-, tanto nacionalistas vascos de todas las tendencias, como los napartarras que todavía los hay, entienden que, aunque muy parecida, la bandera que imaginan en sus delirios para su supuesta nueva Navarra -esa Nabarra irredenta y vasca conquistada a sangre y fuego por los españoles- no puede ser la misma que la de “los de siempre”; decantándose por otra también roja, sin corona, ni diamante, con unas cadenas simplificadas, y diferenciada en todo lo posible de la “oficial”.
Como resumen, se deduce de todo lo anterior que tampoco la bandera navarra “oficial”, que UPN dice une a todos los navarros, nos integra realmente. No en vano, muchos –los separatistas- no quieren hacerlo en modo alguno; ni desean tener nada que ver con quienes consideran sus enemigos a batir y toda su simbología. Si de ellos dependiera, borrarían –o la deformarían hasta hacerla irreconocible, y bien que están en ello- unos cuantos siglos de historia navarra sin ningún remordimiento. Y ya sabemos de qué violencias son capaces.
Por último, y ya puestos a contemplar todas las sensibilidades existentes en Navarra, también perviven -¿por qué renegar de ellos?- quienes se identifican con la bandera de Navarra y su Laureada tan perseguida. Y es que, sin entrar en mayores polémicas, también forma parte de la Historia, ¿o no?
Observamos, así, que nuestra bandera -actual y oficialmente prescrita- no goza de una absoluta unanimidad; tal y como se apunta -un tanto candorosamente- en la balconada. Y es que no se puede contentar a todos.
Si se pretende buscar unos símbolos –una bandera incluso- que unan a gentes navarristas y separatistas, seamos realistas: no es nada sencillo. En realidad, es imposible, pues la pretensión del separatismo es de totalidad; lo que no le permite transacción alguna. Ni siquiera con un pasado histórico y/o simbólico que no sea el reelaborado desde su concreta concepción dialéctica y deconstructiva.
Por muchos puentes que se les tienda, los separatistas panvasquistas –también los napartarras y los novísimos confederales vascos- siempre encontrarán motivos de fricción; por lo que seguirán elaborando, tal y como vienen haciéndolo eficaz y tenazmente, signos identitarios exclusivos, al objeto de diferenciase inequívocamente de “los otros”. Todo ello al objeto de establecer un ulterior escenario histórico-político en el que estigmatizar y segregar a placer a quienes perciben como enemigos; no en vano aspiran al triunfo. A uno total.
De tal modo, “La bandera que une Navarra” admite muchas reservas e insumisiones. No goza, pues, de la unanimidad de quienes pretenden imaginar una simbología inequívocamente unitaria. ¿Entonces…? Como declaración de intenciones está bien; pero no responde a la realidad y genera alguna que otra confusión.
Realmente, entendemos desde Navarra por España/NavarraResiste.com, que la única bandera que certeramente une Navarra -hacia dentro y hacia fuera- es la maltrecha, malmirada, maltratada y postergada bandera amarilla y roja: la de la patria española.
Hacia fuera decimos, pues nos identifica con otras gentes lejanas -o vecinas- en el solar patrio de nuestros antepasados; pero con las que compartimos tierra, tradición, Historia y proyecto desde hace siglos. Y con las que nos hemos mezclado carnalmente desde muchos tiempos atrás: ya desde que los romanos trazaron sus todavía eficaces calzadas por toda la piel de toro conectándonos con el resto de Europa.
Ciertamente, también están quienes exhiben otra bandera de pretensión ibérica, cuanto menos: la tricolor denominada republicana, pues incorpora una franja morada supuestamente castellana; si bien los castellanos enarbolaban un color rojo que, con el tiempo y bajo los efectos de la oxidación, degenera en esa tonalidad. Pero, a día de hoy, no deja de ser la bandera de facción –facciosa, pues- enarbolada con intenciones muy diversas: además, no fue votada popularmente en referéndum, caso de la bicolor actual junto al resto de articulado de la Constitución del 78. La tricolor fue impuesta, recuérdese, por un Decreto-Ley en su día. De modo análogo, la reverdecida y pujante pretensión de remitir la legitimidad de la España actual a aquella triste Segunda República, sectaria y excluyente, es contraria a la lógica del Derecho, de la Historia, de la paz civil y del sentido común. Y todo ello -a mayor abundamiento- en absoluta contradicción con las generosas posiciones del Partido Comunista de España de aquellos años de la Transición, quien asumió la bicolor sin complejos ni sectarismos cortoplacistas. Si Santiago Carrillo levantara la cabeza…
Por último, la bandera española nos une hacia dentro: a los hablantes de todos los idiomas vivos en Navarra; a los habitantes de todas las merindades; ya sean del campo o la ciudad; inmigrantes, emigrantes y en la comodidad del hogar. Con el pasado, el presente, y el futuro que quieren asesinar los separatistas.
Me dirán ustedes que los nacionalistas panvasquistas no quieren esta bandera bicolor ni en pintura: ¡qué novedad! Pero seamos realistas: ¡tampoco la “oficial” navarra! Pues eso pretenden: reinventar la propia Historia en su intento de legitimación de un proyecto ideológico de pretensiones totalitarias. Ni más ni menos. Y en ese proyecto de “construcción nacional vasca” sobra todo lo que no sea de facturación propia. La bandera española, símbolo y expresión de todo lo que se quiere destruir, en primer lugar. Pero también la bandera roja “oficial”.
La cuestión que se plantea verdaderamente es: a todos aquellos que comulgan con esas premisas totalitarias del separatismo, ¿es posible integrarlos en un símbolo previo y compartido con gentes de otros proyectos? La respuesta se impone: no. Se haga lo que sea. Y ello es así por su estricta y consciente voluntad. Es lo que tiene la ideología: define, reinterpreta y divide. Nos guste o no. Entonces, ¿para qué hacer concesiones simbólicas? ¿Acaso un navarrismo rebajado de españolismo va a ser atractivo para los separatistas de cualquier tendencia? ¿Realmente alguien se lo cree?
La Navarra foral y española por cuya continuidad y renovación se edificó UPN, por parte de Jesús Aizpún y tantos otros, no es compatible con ningún proyecto totalitario. Hay que tenerlo claro: “ellos” son los quieren marcharse y vienen imponiendo sus violencias cotidianas. Y nunca admitirán nada que proceda de sus rivales. Ni un símbolo, ni status quo alguno que a lo sumo entenderían como meramente transitorio. El que sea. Los que sean.
Y si en UPN alguien pretende desplazarlo hacia un proyecto napartarra y posmoderno: que lo diga claramente. Y que lo defienda expresa y democráticamente. En tal caso, bases y pueblo hablarían... No en vano, su militancia y electorado tienen derecho a exigir claridad y responsabilidad. Y todo ello exige firmeza en el mensaje y los símbolos constitutivos y fundacionales; los de este partido pero, sobre todo, los de esta tierra, los de esta nación y los de nuestro pueblo. A pesar de las dificultades y las desafecciones.
Nos preguntábamos, a lo largo de este texto, si los autores de la susodicha pancarta percibirían la bandera española como signo de división: mucho nos tememos que, acaso de manera inconsciente, la respuesta sea afirmativa. Ojalá nos equivoquemos. Lo que es evidente es que nuestra bandera roja y amarilla es un signo de contradicción. Y por lo tanto, de afirmación positiva y propositiva.
Es bien sabido y conocido: en esta vida nunca se puede predicar a gusto de todos. De modo que la realidad que nos ha tocado vivir -conflictiva y trágica sin duda- puede afrontarse, activamente y con decisión, desde la fidelidad a las propias creencias, a los valores de siempre, y a la Historia recibida. Por el contrario, puede hacerse desde la comodidad, la abulia y el espíritu de renuncia. O desde un cándido buenismo que, incluso, es menos realista y más ideológico en el peor de los sentidos.
Sin complejos, sin remordimientos, y con esperanza. La bandera que une certeramente Navarra: ¡la española!
Sila Félix