La teoría del palo y la zanahoria afirma que si deseas conseguir que un burro se mueva, necesitas colgar una zanahoria por delante del hocico y un palo golpeando su lomo por detrás. Durante la transición a la democracia, la elaboración de la Constitución actualmente vigente y el desarrollo del Estado de las autonomías y los Estatutos de las mismas, desde el poder central se decidió no solo incorporar al “pacto constitucional” a todas las fuerzas separatistas (salvo los batasunos que se auto-excluyeron), sino que desde aquel instante y hasta la actualidad desde Madrid solo se ha recurrido a la zanahoria dejando el palo guardado en el cajón. En el fondo no resulta una situación novedosa, ya que tanto en la segunda mitad del régimen franquista como en regímenes anteriores (II República, Primo de Rivera, Alfonso XIII….) desde el poder central se ha tendido la mano con una generosidad que, a la vista del resultado, cabría considerar excesiva e incluso autodestructiva.
Sin ánimo de resultar demasiado exhaustivos y por no viajar demasiado en el tiempo, vamos a tomar como referencia lo acontecido en las últimas cuatro décadas, durante el régimen actualmente vigente bautizado como “régimen del 78”. La Constitución en su artículo 2 comete el enorme error de otorgar a las regiones españolas la categoría de nacionalidades, y el título VIII diseña una auténtica chapuza de estructura territorial, previendo incluso la transferencia de competencias sin apenas límites a las autonomías. Por si fuera poco, la ley electoral, elaborada en un primer momento con carácter de provisionalidad, acabó quedándose de manera definitiva, siendo una ley que beneficia de manera considerable a los partidos separatistas. Si, a pesar de la chapuza constitucional y de la normativa electoral, los grandes partidos de ámbito nacional hubieran pactado las cuestiones territoriales y hubieran dejado a los partidos separatistas en su sitio, probablemente hoy no nos encontraríamos ante el desafío abierto de la “Gene” catalana con numerosos separatistas en el resto de España a la espera del desenlace catalán.
Particularmente no habría optado por la senda de “solo zanahoria (o más bien suculentos manjares” a los separatistas, intentando en el mejor de los casos aplacarlos y en el peor de ellos sentar las bases de la destrucción de la nación española. Pero lo que ha quedado muy claro y como lección aprendida (menos para el PSOE de Pedrito Sánchez) es que solo zanahoria, ceder competencias y dejar hacer no sirve para que los separatistas decidan dejar sus reivindicaciones de máximos, se democraticen y participen del pacto constitucional. Es más, el Estado central, el gobierno de la nación, sus instituciones y los grandes partidos, a sabiendas de lo que ocurría, no han hecho nada para impedirlo (tropelías e ilegalidades incluidas) y les han permitido a los separatistas campar por sus anchas, incluyendo las totalitarias políticas de inmersión lingüística.
Con el desafío separatista catalán muchos se preguntan por la solución. Para algunos, tipo Podemos y parte destacable del PSOE, la solución sería el “derecho de autodeterminación”; para otros como otra parte del PSOE y algunos peperos y C´s despistados, el federalismo. Sin embargo, si el derecho de autodeterminación es reconocer la independencia por vía rápida, el federalismo en estos momentos lo es a plazos, una vía un poco más lenta. Al contrario, si cuatro décadas de zanahoria no han servido para nada, habría que plantarse optar por lo contrario, es decir, por el palo. Una persona como la escritora Elvira Roca en una reciente entrevista nos da la clave de cuál debe ser la relación con el separatismo catalán en relación al conflicto abierto por el desafío que han planteado:
¿Se puede convencerlos?(a los separatistas)
No podemos convencerlos. Ni podemos ni debemos. Con esa gente no se puede hablar. Simplemente hay que neutralizarlos para impedir que hagan daño -que ya han hecho mucho-, para impedir que hagan más y para evitar que se hagan daño a sí mismos. Porque en el momento en que estén libres y solos con sus miserias particulares, se matan entre sí.
Hay quien cree que la democracia debería cuidarse de ciertas ideas, es decir, que no todas las ideas son compatibles con la democracia.
No todas las ideas son compatibles, pero intervenir legalmente sobre eso es muy delicado. El problema es que usted le de a la gente que tiene esas ideas locas mecanismos de administración y presupuesto como para llevarlas a cabo durante cuarenta años y educar en eso a generación tras generación. El problema es crear una estructura territorial como la que tenemos cuando existe en el país un problema de nacionalismo. Era muy previsible que ese nacionalismo utilizase esa estructura que llamamos autonomías para hacerse más fuerte en determinados territorios utilizando mecanismos que no son precisamente los de las mayorías. Esto es lo que ha ido sucediendo década tras década y desde nuestros gobiernos centrales, PP y PSOE, no se ha hecho otra cosa que alimentar ese dragón. Y ese dragón ha crecido. ¿Cómo no iba a crecer si lo estamos alimentando a día de hoy?
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