Páginas

miércoles, 21 de noviembre de 2018

Inmigración y neolengua


A quien accede a un país para establecerse, ya sea por motivos económicos, políticos, familiares o por la razón que sea; se le ha llamado inmigrante de toda la vida de Dios. De la misma manera, a quien abandona un país por los mismos motivos expuestos, se le llama emigrante.

Un buenismo gramatical absurdo que como tantos otros se está imponiendo en la actualidad, es usar la palabra migrante para definir a este tipo de personas. Probablemente la mayor influencia para este uso viene de la prensa extranjera e incluso organizaciones mundialistas como la ONU; pero aquí en España no sólo la progredumbre, sino grandes medios como la RTVE o Antena 3 recientemente vienen utilizando este término para referirse a los inmigrantes.

"Migrantes sin derechos en Europa", ¿emitido por la RTVE de Podemos y el PSOE? no, emitido en abril por la RTVE del Partido Popular.

Probablemente también se trate de un eufemismo para referirse a estas personas, dado que como es normal el público asocia por pura saturación el fenómeno de la inmigración con la ilegalidad; al ser la inmigración ilegal un fenómeno tolerado desde hace dos décadas, cuando no propiciado por unas autoridades que sólo representan a intereses económicos y partidistas ajenos al pueblo español. La inmigración ilegal es de hecho presentada como algo inevitable, "los muros no pueden parar a la voluntad de las personas que buscan una vida mejor", dicen. Que le pregunten a los israelíes si un muro convenientemente defendido no puede parar la voluntad de los palestinos de echarlos al Mediterráneo.

Pero el uso de este tipo de lenguaje también encierra una perversión: como vengo diciendo, también de toda la vida de Dios el término "migrante" no ha sido asociado a personas ya que como vengo diciendo se distinguía entre inmigrantes y emigrantes; sino a animales. Así es como se habla de las aves migratorias o de la migración de las aves.

Esto último nos viene al pelo ya que durante estos días las grullas están pasando en bandadas por encima de Navarra, vienen desde el norte de Europa y van al sur de España para pasar el invierno en parques naturales como Las Tablas de Daimiel o Cabañeros.

Grullas a su paso por los cielos de España.

No hace falta romperse la cabeza a pensar para llegar a la conclusión de que si hemos venido empleando los términos emigrante e inmigrante con las personas se debe a que en la realidad humana actual existe algo llamado fronteras, sin las cuales un país deja de serlo para convertirse en cualquier otra cosa. Como es obvio, esta es una realidad humana que no se aplica a los animales, de ahí el llamarlas aves migratorias, no existe un fenómeno de emigración e inmigración entre países sino una migración estacional continua fruto de su programación genética.

Utilizar el término migrante para referirse a inmigrantes y emigrantes, es pues una forma sibilina de negar la vigencia de las fronteras entre las naciones; algo que es el sueño tanto de los podemitas más recalcitrantes (que buscan a una nueva clase obrera de origen foráneo, dado que la autóctona está abandonando sus proyectos totalitarios disfrazados de utopía), como de las grandes fortunas y corporaciones multinacionales (a las que les convienen el movimiento sin restricciones de capitales y mano de obra barata). 

Esto último es precisamente lo que entiende Macron por patriotismo cuando le dice a Donald Trump que no es un patriota sino un nacionalista según su concepto manoseado; en realidad el patriotismo de Macron consiste en poner los intereses de las élites económicas globalistas sobre los intereses de los ciudadanos de sus respectivas naciones.


La negación de nuestras fronteras es al fin y al cabo la negación de la soberanía del pueblo español sobre estas tierras. La negación de esta propiedad colectiva debería de ser en última instancia la negación de la propiedad privada: si ellos dicen que no tenemos derecho a controlar nuestras fronteras y decidir quien entra o expulsar a aquel foráneo que no se comporte, ¿quiénes han creído que son para negar la entrada a cualquiera que quiera vivir en sus casas? ¿quiénes son entonces para coartar la voluntad de los desheredados para tener una vida mejor en el casoplón de Pablo Iglesias o en el palacio de Pedro Sánchez

Pero he ahí la contradicción: las vallas con concertinas, los muros de hormigón y los vigilantes armados que no quieren para nuestras fronteras; sí los quieren para esas torres de marfil en las que han convertido sus casas y que los mantienen separados de las consecuencias de sus acciones políticas, aquellas que sí que han de redistribuirse entre "el populacho".

Esas "fronteras" que son los muros y las vallas de la casa de Pablo Iglesias e Irene Montero; y el Palacio de la Moncloa de Pedro Sánchez.

Artículo relacionado: La nación española es nuestra casa

Hispano

1 comentario:

  1. América para los americanos con los "libertadores" desde Washington hasta Martí pasando por Bolivar, África para los africanos, Asia para los asiáticos
    ¿para cuándo Europa para los europeos y reservado el derecho de admisión? No los necesitamos como mano de obra porque carecen de conocimientos técnicos y especializados requeridos en la sociedad postindustrial y de hábitos de trabajo. Procrean más hijos de los que pueden alimentar con lo que ganan y se convierten en una carga para los servicios sociales además del innegable aumento en la delincuencia que genera su presencia y de los cambios culturales que imponen (supresión de símbolos y referencias culturales cristianas, cambios en los libros de texto, menús especiales primero para ellos y después para el resto). Quiero comer alubias con sacramentos como toda la vida y no cuscús cogiendo puñados de la fuente con la mano

    ResponderEliminar